viernes
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Esta semana tuve un sueño aterrador: mientras intentaba escribir algo en mi celular, en el blog de notas donde suelo apuntar cuando no tengo cómo escribir en mi libreta, no me salía lo que quería, lo que pensaba no correspondía a la escritura. Por ejemplo, imaginaba que iba a escribir: “las hojas del laurel cambiaron de color”. Y lo que en realidad empezaba a escribir era: “no olvidar dejar la botella en la puerta de casa para que dejen la leche”. De hecho, esta última frase no la escribía completa, porque de inmediato era consciente de que aquello que iba a escribir era algo distinto a lo pensado, así que me detenía, pero la frase que se imponía resultaba ser otra: “se mojaron las cortinas”, y luego otra y otra hasta que, en ese sueño espantoso, no escribía nada porque siempre me detenía el error de ir materializando lo que no era y la incapacidad de enmendar el asunto.
Lo intentaba una y otra vez pensando que era cuestión de concentrarme, pero los resultados siempre eran caprichosos, desoladores, hasta que, como en todos los sueños, terminé pasando a otro asunto que no tenía nada que ver con esto y por fin me desperté, asustado con esa imagen de intentar escribir algo y no poder hacerlo.
¿Qué se sentirá ver algo y no verlo o, claro, ver algo que no es lo que realmente es? ¿Qué se sentirá intentar recordar y que nada aparezca en la memoria? La inquietud tuvo más sentido por estos días porque de tanto recorrer ríos discretos, además del Cauca y el Magdalena, encontré un libro bellísimo que se llama El ladrón de recuerdos de Michael Jacobs. La historia comienza cuando Jacobs conoció a Gabriel García Márquez en Cartagena y al unirlos el mismo interés por el río, Gabo le prometió que le contaría historias, “lo recuerdo todo sobre el río, absolutamente todo”. Eran los tiempos cuando el escritor había empezado a sufrir su deterioro mental y, podía pasar, no recordaba con quién había hablado.
No sé muy bien el porqué relaciono mi sueño con esto que es el inicio de ese libro de viajes por el Magdalena, tal vez porque, como leo, un río es una metáfora de la memoria y la memoria es una clave para la comprensión de los secretos de la vida; o tal vez porque cuando uno trabaja con palabras el mayor miedo sea verlas y no reconocerlas, o ver algo que se quiere muchísimo y que no diga nada. Las palabras están hechas de memoria, somos lo que nombramos; cuando eso no ocurre, sencillamente desaparecemos o hacemos desaparecer, naufragamos. Una sequía así sería difícil de soportar