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Por Sofía Gil Sánchez
Nueve meses son suficientes para crear vida. Pero para los ciudadanos desesperanzados de Medellín, nueve meses son la posibilidad de transformar un candidato en el nuevo alcalde. No solo porque representa un aire fresco para la ciudad, sino porque implica la salida del responsable de su contaminación.
La ilusión de un cambio no puede obligarnos a idealizar figuras políticas, porque sería condenarlas a decepcionarnos. Es claro que el primero de enero de 2024 no se pavimentarán las vías saturadas de huecos que nos dejó esta administración, tampoco se reabrirán los servicios sellados en los centros de Metrosalud ni se recuperará la estructura administrativa de EPM y Buen Comienzo. Pero, si elegimos bien, tendremos la certeza de un alcalde que quiera lo suficiente a la ciudad para poner la direccional y comenzar a cambiar el rumbo de la pesadilla a la que estuvimos sometidos los últimos años.
Antes de hablar o más bien soñar con el nuevo alcalde, es necesario esbozar el candidato que queremos los ciudadanos: un individuo que con su carisma, propuestas y conocimiento de la ciudad nos motive a votar por él, no uno que enuncie las razones para no votar por su contrincante. Un candidato que no esté dispuesto a aceptar cualquier alianza con tal de ocupar el puesto y usarlo como trampolín para devolver favores políticos. Una persona cuyo fin no sea generar tendencias y gobernar a través de Twitter. Un político que genere confianza y que no cuente con un recorrido camaleónico. Un líder sin delirios de persecución y enemigos imaginarios. Alguien que nos devuelva la esperanza de que Medellín vuelva a ser la ciudad de la eterna primavera.
Entendiendo que la política no se agota en las elecciones, tenemos nueve meses para convertir un candidato en alcalde y que, con suerte, sea el adecuado para devolverle la vida a Medellín.