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Columnistas | PUBLICADO EL 11 noviembre 2021

No quiero vivir en un Metaverso

Por JORGE RAMOSredaccion@elcolombiano.com.co

El fundador de Facebook Mark Zuckerberg piensa en grande y ahora quiere dominar el futuro de la realidad virtual o aumentada. Pero yo no quiero vivir en ese metaverso.

El universo que nos propone Meta —el nuevo nombre de Facebook— es el de trabajar, jugar, estudiar o ejercitarnos en mundos imaginarios. El concepto del metaverso es deslumbrante: te pones un par de lentes o un casco y eso te transporta a oficinas, gimnasios, escuelas o conciertos virtuales. Así de fácil.

“Imagina que pudieras estar en la oficina sin tener que manejar”, dijo Zuckerberg hace poco en un video anunciando el nuevo nombre y objetivo de la compañía que creó hace 17 años. “Y ahora imagina que pudieras estar en la oficina perfecta, mucho mejor que en la que estás actualmente, y que además pudieras seguir usando tus pantalones favoritos”.

Me lo imaginé.

Por ejemplo, a mí me toca viajar muy seguido para hacer entrevistas y reportajes. Pero si alguna vez tuviera una cita en la Casa Blanca o en el Palacio Nacional de México podría aparecer mi holograma o mi silueta electrónica sin necesidad de subirme a un avión. Ahora bien, si ese día no me quiero rasurar y sí quedarme en pijama, puedo mejorar mi avatar —mi otro yo en el mundo virtual—, quitándole unos añitos y poniéndole un traje italiano. Cuando la gente viera la entrevista al aire, no sabría si físicamente estuve en Washington o en México. Aunque parecería que así fue.

En lugar de quedar de verse por Zoom, Skype o Teams, las reuniones de trabajo serían virtuales. Y podríamos hacer casi lo mismo que en persona, excepto tocarnos, oler el perfume y las flores o saborear unos tacos picosos.

Lo mismo puede ocurrir a la hora de hacer ejercicio. El metaverso “te permite ejercitarte en maneras totalmente nuevas”, explicó Zuckerberg.

Es, también, una manera nueva de entretenerse. El grupo Coldplay dio un concierto histórico en el 2018 en São Paulo, Brasil. Y aunque ya compré mis boletos para el concierto que van a dar en Los Angeles el próximo año, me encantaría haber estado en Brasil hace 3 años. El metaverso puede ayudarme.

Para estudiar historia el metaverso podría recrear el primer encuentro que tuvieron el 8 de noviembre de 1519 Moctezuma y Hernán Cortés. Y permitirnos virtualmente caminar por las calles de Tenochtitlán y navegar por sus canales. Esa lección de historia, les prometo, nunca la olvidaríamos.

Desde luego que el metaverso tiene su encanto. Pero me preocupa muchísimo que reemplace la búsqueda de contacto humano real. La pandemia demostró dos cosas: una, la enorme necesidad que tenemos de ver y tocar a otros seres humanos; y dos, nuestra gigantesca capacidad de adaptación y de sobrevivir solos, si es necesario.

Un mundo dominado por el metaverso sería como vivir encerrados en nuestras casas en una pandemia permanente y evitando el contacto personal en las actividades más importantes de nuestras vidas. No le podemos dar la espalda al futuro. Pero me resisto a creer que ese universo virtual es lo mejor a lo que podemos aspirar. ¿Para qué reemplazar la realidad con una experiencia digital? El verdadero peligro es que esta tecnología creada para conectarnos termine separándonos más.

Recuerdo que de niño la gran aventura de la imaginación era viajar en el tiempo a épocas remotas y a lugares desconocidos. Ese futuro está por llegar digitalmente y no acaba de gustarme. Existe, también, la amenaza de que alguien se meta virtualmente en tu vida, te robe tu avatar o se presente como alguien que no es. Pero no importa cuántos inconvenientes pudiera tener el metaverso, no hay nada que pueda detener una idea. El metaverso viene.

Antes de que Facebook pueda crear su metaverso, tiene que invertir un enorme capital en nuevas tecnologías y sobrevivir los intentos políticos de regular sus operaciones e, incluso, de romper a la corporación —que tiene también Instagram y WhatsApp— en partes más pequeñas.

Al final de cuentas, el futuro no puede detenerse. El metaverso será una realidad. No sé si en mi tiempo o en el de mis hijos. Pero no quisiera vivir en él. Tengo la sospecha de que me estaría perdiendo lo más importante: la vida misma 

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