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Se fue Nicanor Restrepo Santamaría cuando Colombia más lo necesitaba. Yo creo que no hay en la historia reciente del país otro personaje que represente mejor que Nicanor las viejas virtudes que simbolizaron el ideal del gran empresario con verdadero sentido social, hondamente comprometido con el destino de su patria, dispuesto siempre a poner su privilegiada inteligencia y su demoledora capacidad ejecutiva al servicio de los más altos intereses nacionales.
Fue Nicanor un ser excepcional, de quien se puede decir, repitiendo a Aristóteles, que “nada de lo humano le era extraño”. Su inteligencia, realmente privilegiada y extraordinaria, le permitía profundizar con la misma eficiencia y profundidad en un balance financiero que en una intrincada obra de sociología, disciplina a la que se dedicó con profundo interés cuando consideró concluida su misión como empresario y decidió dedicar años placenteros a las delicias de la academia, en París.
Fue un hombre comprometido de tiempo completo con la paz del país, y por eso escribí al principio de esta nota que se marcha a la eternidad en el momento en que el país más lo necesitaba. Pues nadie podrá discutir que su prudencia, su patriotismo, su experiencia en el campo empresarial y su agudo olfato político hubieran sido muy valiosos en el momento en que Colombia necesita del aporte de sus mejores hijos para iluminar el todavía obscuro camino hacia la paz y la reconciliación entre todos.
Con profundo dolor, con el sentimiento de aflicción y de orfandad que deja siempre la partida de un ser querido, le digo adiós a mi amigo Nicanor. Colombia y Antioquia sentirán su ausencia. Dejó una profunda huella en el corazón y en la mente de sus compatriotas. Le cumplió a su tierra, a su familia, a su país.
Que descanse en paz, y que su ejemplo nos guíe en esta hora difícil para el futuro de Colombia.