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Columnistas | PUBLICADO EL 21 enero 2022

Militares y política

Por Henry Medina Uribe medina.henry@gmail.com

Inicia un año electoral en Colombia que promete singular actividad política; desafortunadamente, con una cuota alta de confrontación malsana, atizada por miedo, mentira y odio visceral, en lugar de análisis objetivo y constructivo. Estos usos, denominados modernamente posverdad, que apelan más a la pasión que a la racionalidad, no son un modelo recomendable para procesos donde decidiremos nuestro futuro político inmediato, con repercusiones en el corto y mediano plazo.

Algo que agrega complejidad a esta situación es el esfuerzo de algunas líneas ideológicas que pretenden comprometer a los militares en este estilo, utilizarlos y desviarlos de su compromiso con los intereses nacionales, la construcción de país y la protección del Estado de Derecho, con el equivocado concepto de que la obligación del soldado está asociada a alguna de las líneas del espectro político.

Resulta muy importante, dentro de los cambios urgentes, que el militar adquiera una sólida formación política para evitar ser vulnerable a tales apetitos. El país debe aceptar que el militar no es excepción en la concepción aristotélica del hombre como animal político y que su acertada función resulta esencial en los propósitos del Estado, como fuerza reguladora de la vida en sociedad y estructura establecida para alcanzar y preservar los intereses nacionales.

Cosa distinta implicaría ser fuerza armada de alguno de los partidos y movimientos políticos que dirimen sobre las ideologías o caminos más acertados para lograr los fines del mismo Estado, como sucede en uno de los países vecinos. El riesgo de confusión es alto y peligroso para la salud del país y la vigencia de la democracia. La situación exige unas Fuerzas Militares apartidistas, instrumento de la política nacional, mas no obsecuentes con ningún partido o movimiento político.

La relación afectiva, de pensamiento y de experiencias entre militares activos y retirados es muy cercana. Al fin de cuentas, los retirados de hoy fuimos instructores, guías y ejemplo obligado de quienes hoy dirigen la institución. La diferencia es que a los retirados no nos cubre la “obediencia debida” y poseemos el pleno uso de los derechos políticos, incluido el derecho al voto, lo cual nos obliga a ser muy cuidadosos en nuestras expresiones públicas y evitar contagiarnos de los vicios que asoman en el debate político, por la incidencia que pueda tener en nuestra propia institución.

Resulta muy importante que 36 miembros de la Fuerza Pública en condición de retiro aspiren al Senado de la República y la Cámara de Representantes. Ojalá una mayoría de ellos logre su propósito y tenga la oportunidad de defender los intereses institucionales. Lo que me parece inconducente es la invitación de algunos retirados a las reservas de la Fuerza Pública a combatir lo que ellos denominan como “fuerzas del mal”, “que amenazan destruir el Estado de Derecho, romper la tradición republicana e imponer la dictadura”.

Como lo he afirmado en columnas previas, el afecto y apoyo que la sociedad colombiana otorgue a sus Fuerzas Militares las legitima y es prerrequisito para lograr los niveles de efectividad deseados. Nos sentimos orgullosos en las décadas durante las cuales el Ejército fue la institución con mayor apoyo en la opinión pública, con indicadores de favorabilidad superiores al 70 %; desafortunadamente, ella ha caído al 53 %, en una democracia débil donde el presidente, jefe supremo de las Fuerzas Militares, tiene una desaprobación de su gestión cercana al 70 %. Este peligroso descenso indica que algo anda mal y que, en consecuencia, algo debemos corregir. Esta coyuntura electoral es propicia para avanzar en este sentido 

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