Síguenos en:
Columnistas | PUBLICADO EL 19 octubre 2021

¿Miedo, ansiedad? Yo tengo la solución

Por Stephen Graham Jones

Por estos días, hay mucho de qué preocuparse. Hay mucho que temer. Están los destrozos ambientales —que son cada vez más evidentes en todo el mundo—, el estado frágil de nuestros sistemas políticos, el virus mutante que hace que el aire que respiramos sea peligroso.

Quizás no sea sorprendente que haya ocurrido un renacimiento del terror en el cine durante la última década.

Los fanáticos del terror siempre han sabido que el género es más que un carnaval de pesadilla. El horror está, y siempre ha estado, en diálogo con las ansiedades y miedos de su tiempo. Durante la Gran Depresión, la miseria y la lucha económica fueron encarnadas por monstruos de la literatura y el folclor, a medida que Drácula, el monstruo de Frankenstein y la Momia se abrían paso a través de la pantalla de cine. En la década de 1980, cuando la paranoia sobre la Guerra Fría y los temores al invierno nuclear alcanzaron un punto álgido, una serie de terrores suburbanos nos aseguraron que nuestras inseguridades eran válidas, que, de hecho, no estábamos seguros en nuestros hogares. Entra Jason Voorhees, con su machete y su máscara de hockey; Michael Myers, con sus overoles de mecánico y su cuchillo de cocinero; y Freddy Krueger, con su sombrero fedora y dedos muy afilados.

Pero el horror no solo refleja nuestros miedos y ansiedades. También nos ayuda a procesarlos. El terror es un espejo distorsionado que todos pueden usar. Exagera, distorsiona y destila todo lo que estamos tratando de resolver y luego nos lo devuelve como entretenimiento.

El horror puede ofrecer consuelo. No porque sea una representación o dramatización precisa de nuestra confusión —¿quién es tan intencional con su consumo de medios?—, sino porque el horror viene empaquetado para nosotros en novelas de cuatrocientas páginas, en películas de dos horas, en historias que terminan. Ya sea que esos libros o películas terminen felizmente o no, terminan. Para todos los que sentimos que nuestras propias historias de terror diarias no tienen fin, eso es lo importante.

E incluso en medio de los sobresaltos y las casas embrujadas, el horror puede hacerte pensar, puede hacerte hablar. Esa es la clave de lo que puede hacer el horror. El horror puede arrojar luz sobre las cosas que preferimos ignorar, puede confrontarnos con nuestras fallas. El horror puede retarnos a hacerlo mejor. Get Out no resolvió la discriminación o el racismo —los negros siguen muriendo en paradas de tráfico—, pero sí, al menos durante un par de horas, hizo que mucha gente viera el racismo que se esconde debajo, incluso, de las fachadas más liberales. Y ese es el éxito. Eso es arte.

Cada historia de terror, ya sea un desastre ecológico o un encuentro de vampiros, una casa encantada o una plaga, es básicamente un túnel largo y oscuro en el que la “última chica” de la historia está tratando de sobrevivir.

Es terrible estar en ese túnel, sin duda. Los carros por los que trepa son ataúdes. Hay criaturas antinaturales chillando desde el techo. Las paredes están derrumbándose y filtrándose y tal vez incluso ondulando, y este lodo que tiene que atravesar es nocivo, pero... pero allá abajo, a través de la oscuridad, casi demasiado lejos para verlo, tan lejos que hay que tener fe en que en realidad está ahí, hay un punto de luz.

Hacia allá está dirigida. La luz podría ser un tren, algún pez monstruoso —los escritores de terror pueden ser así de crueles—, pero luchar por ir delante de esa luz es lo que una historia de terror puede regalarte.

No importa que este virus siga mutando variante tras variante. No importa que nuestros políticos estén tan atrincherados en sus campos que el bien común es solo un recuerdo borroso. No importa nuestra monstruosa huella ecológica.

En el largo y terrible túnel de su historia de terror, nuestra heroína sigue luchando, poniendo un pie delante del otro. A pesar del daño, el horror, la desesperanza, el dolor, a pesar de que sus amigos y familiares caen a su alrededor, nuestra heroína hace eso que los humanos hacen tan bien: sigue adelante.

Si ella puede luchar contra esas probabilidades insuperables, entonces nosotros también, ¿verdad? 

Si quiere más información:

.