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3 y 2
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Soy de las que intenta llevar un diario con las cosas que me pasan. Antes lo escribía en cuadernos, desde hace años lo hago en computador. Lo acepto, soy una escritora incapaz de entender su propia letra. La excusa es que soy zurda. La realidad es que no hice suficientes planas en el colegio. Habiendo tantas palabras me aburría tener que escribir cien veces la misma. Tomo fotografías de aquellas situaciones y personas que deseo recordar. Alguna vez tuve cámara analógica y hasta un cuarto oscuro que olía a acetona, sin embargo, desde hace tiempo, todas mis fotos son digitales. Compré decenas de Cd’s que ya no tengo donde oír. Publico en Instagram solo para poder recordar escenas importantes de mi vida. Guardé muchos recortes de prensa con artículos que me interesaban, ahora confío en que Google siempre sabrá encontrarlos.
En el mundo digital todo parece más fácil, más seguro y más a la mano. El único problema es que, con tanta información, la memoria del celular y el computador nunca es suficiente. Por eso, hace unos años, decidí comprar una memoria externa de tres teras. Ese fue el inicio de mi tragedia. La memoria se quemó después de una tormenta y, con ella, se quemaron veinte años de recuerdos. Me cansé de visitar técnicos en sistemas, me cansé de oírlos decir que era imposible rescatar la información. Para mí no era simple información: era casi la mitad de mi existencia y nadie fue capaz de devolvérmela. Perdí relatos, perdí todos mis diarios, mis fotos, mi tesis de grado, artículos de prensa, el único video en donde aparecía el papá; perdí todas las cartas importantes que escribí y recibí por email. Mientras más tiempo pasa, más cuenta me doy de que mi pérdida no fue grande, fue inmensa. Tengo un bache en mi vida que solo puedo llenar con retazos de recuerdos que cada vez me cuesta más retener. Se esfumó toda evidencia de mi juventud, con el agravante de que nunca volveré a ser joven y, aunque repita ciertas experiencias, jamás podré documentarlas desde el mismo lugar: los viajes que hice, la gente que conocí, las fotos y videos de lugares a los que ya nunca volveré. Intento consolarme diciendo que lo ocurrido fue una lección de desapego, pero conforme pasa el tiempo no hago sino echar de menos lo perdido.
Creo que confiamos demasiado en la memoria digital. Mi pérdida no me afecta más que a mí misma, lo acepto, sin embargo, me obliga a preguntarme cómo nos afectaría a nivel global la ocurrencia de algo semejante. ¿Con qué llenaríamos el bache de información? ¿Podríamos recuperarla? Ingenieros y especialistas aseguran que es imposible perder la memoria digital del mundo, pero se hundió el Titanic y se extinguieron los dinosaurios, no veo por qué no puedan esfumarse las nubes o desaparecer, de repente, las cuentas de Instagram, como en efecto ocurrió hace unos días. Me aferro a las palabras de Ida Vitale: «Como no estás a salvo de nada, intenta tú mismo ser la salvación de algo». Que mi experiencia les sirva, al menos, para salvar lo verdaderamente importante