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Si el alcalde y su equipo no ejercen el verdadero liderazgo saliendo de su estrecho círculo de confianza, estarían sembrando la semilla de la frustración y, quizás, favoreciendo un próximo gobierno similar al anterior.
Por Carlos Felipe Londoño Álvarez - opinion@elcolombiano.com.co
La historia de Medellín ha tenido períodos muy diversos con éxitos y fracasos, siempre enmarcados en atender los grandes retos que ha demandado su constante crecimiento. Quizás haya vivido su período más crítico durante las tres últimas décadas del siglo pasado, zozobra que la puso al borde de sucumbir ante los gravísimos problemas que debió afrontar en medio de sus notorias debilidades, lo que generó la idea de una ciudad inviable y desesperanza entre sus habitantes.
Pero entre esas sombras surgieron luces de esperanza que fueron construyendo una firme convicción y conciencia colectiva de que era posible y necesario recuperar la vida y el bienestar de la ciudad, mediante el esfuerzo mancomunado de todos los sectores de la sociedad, para lo cual debería tener gobernantes que pudieran representar esos ideales con coherencia y liderazgo. La ciudad eligió alcaldes durante cuatro períodos que trabajaron en armonía con diversos actores de la sociedad en la solución de muchos de los delicados problemas que crecieron a la par de su desarrollo urbano.
Aunque el camino parecía despejado para seguir ese reto de largo aliento, el rumbo cambió en forma algo intempestiva hace cuatro años con un alcalde que dejó una huella de división y destrucción.
El alcalde Federico recibió de nuevo el mando del mismo a quien lo había entregado y, si bien los retos de la ciudad conservan un hilo conductor esencial para su segundo período, es claro que tiene otras dimensiones, con pequeño margen de error y sin holguras para actuar oportunamente.
Al cumplir los dos primeros meses de gobierno, se ha evidenciado el caos reinante y posibles defraudaciones en varias dependencias. Es natural -y obligatorio- dejar claras las “condiciones recibidas” y poner la casa en orden como punto de partida, pero, simultáneamente, se deberían considerar varios aspectos para un buen gobierno sin quedarse en el pasado.
Lo primero, antes expresado, es que la ciudad de hoy no es la misma de hace ocho años, ni lo son algunas prioridades ni sus soluciones. Aunque esto pareciera muy evidente es posible que se olvide por un equipo de gobierno prácticamente igual al del primer período, nombramiento favorecido por su cercanía y lealtad al alcalde. Porque si bien existe la ventaja de gobernar con la experiencia previa del primer período y las virtudes de los designados, también existen diversos riesgos —algunos de ellos comentados en un editorial de EL COLOMBIANO— como la visión limitada de la realidad, los sesgos marcados por ese primer período y la ausencia de una independencia razonable de secretarios y directores que dificulta tener un equipo más autocrítico y no solo ejecutor.
En una columna en este diario, Aldo Cívico proponía unir a Medellín mediante la fraternidad que “no puede limitarse a los angostos muros de un partido”. En consecuencia, ¿no debería el alcalde oxigenar su gobierno con grupos de asesores de alto nivel, conformados de manera incluyente por diversos sectores y pensamientos, con personas de reconocida solvencia moral e intelectual cuya motivación principal sea aportar a la ciudad?
Aunque la lección debería haber quedado aprendida, si el alcalde y su equipo no ejercen el verdadero liderazgo saliendo de su estrecho círculo de confianza, estarían sembrando oficialmente la semilla de la frustración y, quizás, favoreciendo un próximo gobierno similar al anterior. ¡El liderazgo no puede ser inferior a la esperanza!.