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Es verdad que por estos tiempos en América Latina están gobernando una serie de presidentes que pueden catalogarse como ‘progresistas’ (Andrés Manuel López Obrador en México, Xiomara Castro en Honduras, Gustavo Petro en Colombia, Lula da Silva en Brasil, Gabriel Boric en Chile, Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia), las seis principales economías de la región. Sin embargo no parece pertinente hablar de una segunda oleada de progresismos, como si se tratara de una especie de continuidad de la anterior, porque sin duda hay muchos elementos diferenciadores.
Primero, tenemos un contexto global con características diferentes, cada vez más con una clara multipolaridad con varias potencias globales y regionales encabezado por China, USA, Rusia, Unión Europea –distinta a la unipolaridad de comienzos de este siglo- y adicional con un conflicto armado entre Rusia y Ucrania –para algunos entre Rusia y la OTAN- que por el momento no parece claro cuándo concluirá o qué evolución tendrá.
Segundo, hoy no existe un líder ‘aglutinador’ como seguramente lo fue Hugo Chávez y su revolución bolivariana, quien dispuso en su momento de unas condiciones económicas especiales y lideró un enfrentamiento de políticas con Estados Unidos alrededor de temas como el ALCA, pero que en últimas era un enfrentamiento contra el denominado neoliberalismo; hoy tenemos presidentes con márgenes limitados de legitimidad interna en sus países, derivados de triunfos electorales reñidos y necesidad de coaliciones y acuerdos en el Congreso –casos de Colombia, Chile, Brasil, Argentina-, lo cual explica por qué agendas de corte regional tipo Unasur, Alba, no han sido relevantes y sólo se mantienen las reuniones periódicas de la CELAC –manejada dentro de cierto pluralismo político-. Por supuesto hoy la tendencia es a mantener políticas de cooperación ‘normales’ de los distintos gobiernos con Estados Unidos –así lo hizo López Obrador con USA al firmar el nuevo TLC y así lo manifestó Xiomara Castro de Honduras-.
Tercero, hay una tendencia, por lo menos en algunos de estos gobiernos, a mirar críticamente gobiernos como los de Venezuela, Nicaragua, y aún Cuba –que a comienzos de siglo eran incorporados como parte de los gobiernos ‘progresistas’-, especialmente por temas como el respeto a los Derechos Humanos y las formalidades de la democracia liberal.
Cuarto, los actuales progresismos, elegidos después de unos resultados en el crecimiento económico no satisfactorios, de una serie de hechos de corrupción en países de la región, -donde sin duda casos como el de Odebrecht y los Panamá Papers fueron emblemáticos-, la pandemia de la Covid-19, los cuestionamientos en distintos países al manejo del tema de las vacunas, el llamado ‘estallido social’ en varios países y la necesaria priorización de políticas económicas de reactivación de las economías, explica que el énfasis de los actuales progresismos apunte a políticas de reformas en algunos campos, o desarrollar políticas que aminoren situaciones de pobreza generalizada en sectores amplios de la sociedad, con énfasis en políticas de género y con una característica en todos los casos: respeto por las reglas de la democracia liberal y en especial de la alternancia política en la conducción de los gobiernos