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Columnistas | PUBLICADO EL 24 octubre 2022

Los impuestos del Estado barrigón

Tanto afán y tanta insistencia en una reforma tributaria, ahora igual que antes no ayuda ni a la paz social ni a la recuperación de la confianza y el optimismo en tiempos de incertidumbre y confusión.

Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co

En mi condición de neoeconomista mediático, formado en las radiotertulias matutinas que todo el tiempo hablan de dinero y política, me siento facultado para exponer mi criterio sobre el carácter impopular y subversivo que han tenido los impuestos desde cuando se inventaron hace unos tres mil años, y para sugerir, al menos, que se piense en la razonabilidad de suprimirlos, a cambio de estrategias heroicas de eficiencia y equidad.

Siempre, la llamada administración hacendaria asignada al Estado en vista de su potestad tributaria ha sido factor de malestar y causa de movilizaciones emancipadoras. Sin ir muy lejos, los impuestos encendieron contra la corona española en las colonias americanas. El recaudador prepotente ha sido un funcionario antipático y la exacción fiscal se ha comparado con expoliación arbitraria. Claro que uno como contribuyente llega a sentir, al cumplir el deber, un extraño alivio parecido al del penitente al ser absuelto. Estaría impedido para escribir sobre el tema si no me mantuviera a paz y salvo. En paz y a salvo.

Tanto afán y tanta insistencia en una reforma tributaria, ahora igual que antes no ayuda ni a la paz social ni a la recuperación de la confianza y el optimismo en tiempos de incertidumbre y confusión. La encuesta reciente no es casual ni gratuita. La aceptación del gobierno va reduciéndose. El porqué no es ningún misterio. En cambio, no aparecen signos inequívocos de austeridad en el gasto público, de disminución del tamaño desmesurado del andamiaje estatal, de auténtica vocación ahorrativa y de coherencia que demuestre disposición y talento para instrumentar políticas sustitutivas de la antigua manía tributarista, más acordes con una filosofía económica liberal y democrática.

¿Que si no hay impuestos no van a poder financiarse los programas sociales? Pues si se rebajan los impuestos y se crean verdaderas fuentes de empleo y riqueza, no van a necesitarse los programas sociales. Reformas tributarias tan severas nos empobrecen mucho más a los ciudadanos. Tiene que desactivarse esa tradición del Estado botarate, glotón y barrigón, acostumbrado a engordar como los señores feudales, con las tristes ganancias de los siervos de la gleba privados de libertad para sobrevivir siquiera con lo mínimo y ahorrar.

Un lúcido y acertado analista dice: “Han sido siglos de estados megalómanos que crean el placebo de los programas sociales porque generan progreso. Una sociedad que progresa no necesita esas cosas, que ralentizan o frenan el progreso. Hay que crear el círculo virtuoso cuando la mayoría de la gente abandone esos programas al evidenciar que ya no necesita ayuda estatal. Pero lo que buscan los gobernantes es más poder, más dependencia de la ciudadanía. Así se destruyen la ética del trabajo y la idea del progreso. No se progresa mientras haya más gente dependiendo del Estado y de los falsos salvadores de la sociedad que se sienten felices y orgullosos repartiendo subsidios. Es una tragedia, en definitiva”. Qué tal si el Estado barrigón acaba los impuestos

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