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Por Augusto César Barrientos Rada - opinion@elcolombiano.com.co
Me pregunto si el optimismo por los resultados en Antioquia y en Medellín en las elecciones del pasado 29 de octubre no muestra más bien cierta ingenuidad por parte de quienes creemos que las cosas van a mejorar. En Antioquia termina una gobernación absolutamente mediocre, y en Medellín una administración podrida hasta los tuétanos.
Cuando llega al cargo un gobernante corrupto, toda la burocracia que de él depende se acopla a esa corrupción y participa de ella, unos con mayor temeridad delincuencial que otros. Pero cuando llega un gobernante honesto, no toda la estructura se vuelve honrada. Lo perverso se filtra y pulula, lo virtuoso no. Las células corruptas se enquistan, medran y siguen actuando hasta que, por excepción, son detectadas. En nuestra parroquia, no son los organismos de justicia ni los de control los que las detectan, y menos los que las sancionan. Bajémonos de esa nube: los estragos del odioso quinterismo no se acabarán el próximo primero de enero.
“Es imposible que alguien así llegue a la presidencia”, me dicen varias personas. ¡Aterricen, por Dios! Una y otra vez los pueblos recompensan en las urnas a los autores de las peores fechorías. En el 2026 bien podremos estar asistiendo a la posesión presidencial del pérfido exalcalde de esta Villa. Él y su tropa cuentan con recursos, con amigos en los medios capitalinos, con la caradura necesaria para ascender y, sobre todo, con la memoria corta de los colombianos. No hay políticos quemados a perpetuidad. Resucitan por obra y gracia de una población alcahueta e inclinada a sentir simpatía por el bandido. A los hechos me remito: en tres semanas se cumplen 30 años de la muerte del narco sobre cuya tumba vimos llorar histéricamente a cientos de personas, el mismo que las productoras de TV consolidaron luego como un ídolo.