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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com
Lo que Rona Petrosian le dijo a Garry Kasparov podría desgarrar y atormentar a cualquier ser humano de alma frágil y mente sin carácter. Sus palabras podrían considerarse una joya invaluable de la crueldad... o de la genialidad. Fueron lo único que pudo borrar la sonrisa de la mejor noche que había vivido Kasparov en su vida, la más importante. Quizá ante el mundo volvió a la sonrisa por lo conseguido, pero por dentro estaría en uno de los momentos más frágiles. Lleno de dudas, de miedos. Quizá construyendo con antelación nuevos y más grandes retos para demostrarse lo contrario. Ella era una mujer fascinante.
Morena y de baja estatura, derrochaba elegancia y estilo. Ignorar su presencia, donde quiera que se encontrara, resultaba poco menos que un intento forzado e ilógico. Era traductora de inglés en la Unión Soviética protagonista de la guerra fría con Estados Unidos. Fue esposa de otro gran ajedrecista y por ello, se había convertido en una figura permanente de la élite en los torneos más prestigiosos, como el de aquella noche de 1985, donde susurró al oido de Kasparov sus palabras.
Era 9 de noviembre. Los últimos 67 días habían sido de una tensión total. Sobre los 64 cuadros del tablero de ajedrez se libraba una batalla a muerte por el campeonato mundial con unas profundas connotaciones políticas. Básicamente la victoria podría representar el fin o la continuidad de una era. Los dos rivales representaban el futuro que podría ser.
Anatoly Karpov como miembro leal condecorado del Partido Comunista representaba la estabilidad, la tradición y el conservadurismo ideológico. Sus victorias siempre eran propagandizadas por el régimen como una demostración de la superioridad del sistema soviético.
Garry Kasparov era el joven prodigio que representaba una nueva generación. Más dinámico, más carismático y, aunque también miembro del Partido Comunista en ese momento, su estilo de juego y su personalidad más abierta y menos “rígida” se alineaban simbólicamente con las incipientes ideas de apertura y reestructuración.
El campeón sería el mejor de 24 feroces guerras de peones, caballos, torres, alfiles, reinas y reyes. Esa final que fue el punto culminante de una de las rivalidades más intensas de la historia del ajedrez, tuvo en total 36 movimientos antes de que Karpov se rindiera. Era inevitable. El movimiento de Kasparov dejó en jaque al rey y a él, lo convirtió en el campeón mundial más joven de la historia. La noche más feliz de su vida.
Fue en la tarima del Salón Chaikovski, celebrando, siendo alabado y aplaudido, cuando las palabras pronunciadas por Rona taladraron su mente. Se había acercado sigilosamente entre la multitud que acompañaba al campeón a decirle en un tono imperceptible para los demás “Lo siento por ti, Garry -quien entrecierra los ojos, frunce el ceño e inclina la cabeza para tratar de alcanzar la comprensión- El día más grande de tu vida ya ha pasado”.