viernes
0 y 6
0 y 6
A mí también me dieron ganas de “matar” a Antonio Caballero, pero no me duraban. Las iras más hondas retornaban a la calma con su pluma: la opinión y la crítica hechas literatura.
Un profesor de la Universidad Nacional me dijo alguna vez: “El periodismo de opinión solo puede ejercerse como Caballero, como perro guardián pegado de la bota de un bandido: mordiendo hasta destrozar”. ¡Y qué pastor! Antonio y su hermano Luis desnudaban, cada uno a su manera. La “traición de clase” de Juan Manuel Santos Calderón palidece ante la de Antonio Caballero Holguín: la suya no fue una lección de “infiltración” al poder, sino de resistencia desde sus entrañas.
Caballero arde en la misma caldera de Alberto Aguirre: esa que atizaron con columnas atemporales, con la calidad de una prosa que refleja el enquistamiento estructural de la realidad colombiana. Decía el ya eterno “Lector in fábula”: “Leo las secciones de «Hace 25 años» en todos los periódicos y no han cambiado ni siquiera las edades de los que ahí figuran”.
La Bogotá iconoclasta de hoy, sin héroes ni monumentos, atestada de pedestales vacíos resignificados por indígenas Misak, estudiantes y otras “turbas” insatisfechas, le da razón a Caballero, a sus columnas reiterativas que jamás tumbaron ni eligieron presidentes:
“Si nuestra Policía se ha desmadrado hasta el punto de lo que está hoy es porque se ha tolerado ese desmadre, e incluso se lo ha alentado. Lo han tolerado y alentado los sucesivos gobiernos y la acción constante y permanente de los medios de comunicación, que han tenido siempre un púdico manto de protección sobre los abusos policiales” (Semana, 20/04/1993).
“En la variada fauna política del universo no existe nada parecido a ese extraño ente que es un expresidente colombiano: un ser que, entre sus muchas características asombrosas, goza del privilegio de no morirse jamás” (El Espectador, 02/10/1988).
“Así como los secuestrados son «buenos», y no merecían ser secuestrados por la guerrilla o por la delincuencia común, en cambio los detenidos desaparecidos son «malos», y merecen su suerte. «Algo habrán hecho», como decían las «gentes de bien» en la Argentina de las dictaduras militares” (Semana, 01/11/1999).
“El vacío político abierto por la incapacidad de nuestros políticos, o por su dedicación a otros menesteres, ha tenido que ser llenado por personas cuya función no es la política: por los guerrilleros, por el Consejo de Estado, por el padre García-Herreros, hasta por los mafiosos de la droga; y, desde luego, por los dirigentes industriales, como el propio Fabio Echeverri. No compete a los industriales establecer cuáles deben ser las prioridades del Estado [...]” (El Espectador, 23/09/1985).
“Sólo con subvenciones puede el campo colombiano competir con los productos agropecuarios (subvencionados ellos también) de los Estados Unidos o de la Europa comunitaria. Los neoliberales pondrán el grito en el cielo, alegando que sale más barato importar alimentos que producirlos en Colombia” (Cambio, 16, 21/11/1994).
Tiene razón Roberto Pombo: Caballero fue un hombre del Renacimiento. Lo reafirma su perfil de Da Vinci publicado en “Paisaje con figuras”, casi un autorretrato: “Un mago, un dueño de secretos. Y tal vez el atractivo casi hipnótico que ha ejercido desde hace cinco siglos su figura se deba a una curiosa mezcla de grandeza y de fracaso: a Leonardo, que todo lo hacía bien, todo le salía mal”