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Con marcada incertidumbre y con inevitables dudas, entra Colombia, por primera vez en sus 200 años de vida republicana, en un gobierno de izquierda radical elegido en las urnas. Y con ello adquiere matrícula de trastienda para ingresar al club de países gobernados por populistas, desde el Río Grande hasta la Patagonia. La ausencia de partidos políticos sólidos y respetables, la carencia de un candidato coherente, serio, menos histriónico y contradictorio que Rodolfo Hernández, facilitaron el triunfo de Petro. Ahora comienza a abrirse la caja de Pandora.
Si bien es cierto que Petro en el discurso de proclamación de su victoria electoral prometió buscar un gran acuerdo nacional con todas las fuerzas vivas y sociales para lograr consensos reconciliatorios entre los colombianos, su pasado subversivo y su formación ideológica, de predicador de la lucha de clases, genera más dudas que la confianza que requiere el país para comenzar a restañar heridas.
Al país lo espera un camino largo y difícil. Su tránsito abre muchos interrogantes que el nuevo jefe de Estado debe ir aclarando. ¿Tendrá la capacidad y liderazgo para respetar el sistema institucional fundamentado en la vigencia del Estado de Derecho, sin crear revanchismos y pugnas entre las clases sociales? ¿Podrá manejar la economía con responsabilidad, sin improvisaciones, sin crear pánicos internos y descalificaciones externas? ¿Mantener la confianza y el respeto de los inversionistas foráneos, de la iniciativa privada, de los agentes de la producción y el comercio nacional, para lograr alcanzar los altos índices de crecimiento que vaticinan como los mejores del continente para este 2022 el Banco Mundial y la Ocde? ¿Respetará las libertades de expresión, información, pensamiento, acción, asociación, empresa, así como el ahorro privado a través de los fondos de pensiones? ¿Sus teorías de expropiaciones o “democratizaciones” las dejará en el pasado como mal recuerdo de la demagogia? ¿Persistirá en sus elucubraciones de que los ingresos por la exportación del aguacate podrán sustituir las rentas petroleras?
¿Y cómo hará la reforma tributaria? ¿Será una reforma estructural o simplemente seguirá en la moda de una coyuntural a través de un Congreso atacado de diabetes crónica por el alto consumo de mermelada, de unos partidos políticos arribistas, atomizados, clientelizados, colmados de tránsfugas? ¿O de una Asamblea Constituyente, que se sabe cómo comienza pero nunca en dónde termina? ¿O consensuada para incluirla en el gran Acuerdo Nacional que promete alcanzar “con sus fuerzas vivas y sociales”?
Colombia en sus últimos tiempos cometió tantos errores políticos que en algún momento habría de sufrir los estragos acumulados de los disparates. Solo queda en las manos del país nacional la defensa de su dignidad y su democracia en libertades. Vigilar para que no se cometan más estupideces y arbitrariedades. Y que la ley del péndulo, que nos llevó a la izquierda, vuelva en algún momento al centro. Ojalá nuestra vetusta generación lo vea