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Amable lector. Cuando esté conduciendo su vehículo, no importa si es un Lamborghini, Ferrari, Alfa Romeo, Renault 4 o si va en taxi, al cruzar la transversal inferior, o subiendo al Alto de las Palmas o si viaja de Bogotá a Villavicencio, no se mortifique al observar el imperceptible y lento avance de las obras, ni sueñe que esta situación va a mejorar. Acepte que usted no es nadie.
Tampoco haga ningún esfuerzo en averiguar sobre los culpables del negligente desempeño de las obras públicas. En nuestro medio es un axioma que el costo y el tiempo acordado al final resultan ser dos o tres veces más de lo previsto y con frecuencia quedan mal terminadas.
La transversal Inferior de esta ciudad es una vergüenza y a la vez una clara demostración del desprecio por la gente. Más de uno piensa que tanto desorden e ineptitud se hace a propósito. Es conmovedor observar la parsimonia como se trabaja en el tramo de la vía Las Palmas. Obras como estas requieren atenderse con la mayor celeridad posible para evitar las molestias que se causan diariamente a miles de personas.
Es cierto que la naturaleza ofrece dificultades: montañas que se mueven, ríos desbordados, pantanos y desiertos, sin embargo, la mayoría de los países han logrado superarlas. Lo más triste de todo es que hace 100 años o más, a manera de ejemplo, se construyó entre 1887 y 1895 el Puente Colgante de Occidente sobre el río Cauca con una extensión cercana a los 300 metros. Fue diseñado por el ingeniero José María Villa.
En los años 1926–1929, Francisco Javier Cisneros hizo realidad el sueño de otro ingeniero: Alejandro López, quien propuso perforar la montaña a través de casi cuatro kilómetros. Hoy, es un tesoro abandonado, que con un mínimo de arreglos sería una de las atracciones más visitadas del país. No es exagerado afirmar que estas obras se hicieron a pico y pala, si se compara con las facilidades y recursos que existen en la actualidad.
En las escuelas de ingeniería alguien debería mencionar a sus alumnos las limitaciones que tuvieron los profesionales de antes y a pesar de ello hicieron obras que fueron el orgullo de nuestro pueblo.
La vía Bogotá–Villavicencio lleva casi 50 años y cada vez está peor. El Túnel de la Línea no se sabe cuándo se terminará y el del Oriente antioqueño se viene aplazando mes a mes. La carretera Medellín–Quibdó sigue igual, la vía a Sabaneta se ha vuelto un taco permanente y ninguno (Nación, departamento o municipio), les preocupa que la gente los maldiga en el atascadero. Las autopistas 4G fueron enervadas con los dineros mal habidos de Odebrech.
Similar al maltrato que se da a quienes conducen un vehículo, está ocurriendo con los hinchas de futbol. Los seguidores del Poderoso de la Montaña y el Glorioso Atlético Nacional en forma fraterna deberían decir no somos nadie. Parece que a los dirigentes deportivos no les inquieta que la gente no quiera volver a los estadios.