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Columnistas | PUBLICADO EL 15 septiembre 2022

La rosa y el cardo

Por eso, considero que planchar, cocinar y otras tareas domésticas y familiares no te hacen un “hombre blandengue” sino un “hombre independiente”.

Soy consciente de que abordo un asunto peliagudo y poliédrico. También de que por las infinitas aristas que entraña la igualdad entre hombres y mujeres, y en la que se incluye, como no puede ser de otra forma, su natural heterogeneidad, puedo errar en alguno de mis planteamientos.

Escucho en la radio un anuncio del Ministerio de Igualdad, una entelequia creada por el gobierno social-comunista español para entregarle una cartera con la que jugar y cobrar muy bien a la expareja del exlíder “bolivariano” Pablo Iglesias. En la cuña, la voz de un varón asegura que “cada vez somos más los hombres que sabemos que una plancha no es solo una entrada en falta de fútbol” y responde a la campaña titulada “El hombre blandengue”. “El hombre blandengue” proviene de una entrevista realizada en los años 80 a un cantante de coplas muy popular en España por esas fechas, apodado El Fary, en la que echaba pestes contra “ese hombre de la bolsa de la compra, el carrito del niño... Detesto al hombre blandengue y la mujer se aprovecha mucho de la debilidad del hombre”. Si en aquellos años aquel discurso ya resultaba trasnochado, imagínense tomarlo como referencia hoy en día.

Los hombres de aquellos años habían crecido en un entorno laboral en el que las únicas mujeres que trabajaban de forma remunerada lo hacían como secretarias a su servicio, como azafatas, enfermeras en hospitales o en centros de mayores, como maestras o en mercados. No había directivas ni taxistas ni pilotos y las mujeres periodistas, que hoy son mayoría en la profesión, eran rara avis en una profesión canalla y licoreta. Mi padre es un buen ejemplo de ello. Incapaz de hacerse un huevo frito, jamás ha hecho la compra ni creo que haya cambiado un pañal. Él, ingeniero industrial, traía un ingente sueldo a casa y cuando llegaba a su hogar no esperaba tener que hacer nada más que disfrutar de la familia. Cierto es que nos daba clases de vez en cuando y que jugaba un montón con los cuatro hijos que han sacado adelante. Así eran los hombres de esa época, en la que recuerdo perfectamente acompañar a mi madre a hacer la compra y escuchar los mil requiebros y alguna barbaridad que le soltaban a su paso los obreros.

Sin embargo, yo no crecí así. Y no creo que el hecho de saber planchar te convierta en un hombre “blandengue”. Mis padres siempre nos trataron por igual y nos ofrecieron las mismas oportunidades a mis dos hermanas y a sus dos varones. Por eso, considero que planchar, cocinar y otras tareas domésticas y familiares no te hacen un “hombre blandengue”, sino un “hombre independiente”.

El machismo no descansa ya en esos criterios o tareas, superadas hace tiempo, sino en la manía que tiene la izquierda en fijar cuotas para todo, como si las mujeres —pobrecitas— necesitaran cupos. La igualdad solo llegará cuando afrontemos que somos diferentes y que lo que hay que aprobar son jornadas laborales más concentradas y efectivas, que se adapten a los horarios escolares, promover ayudas a la maternidad y ampliar el teletrabajo. Asimismo, la desconexión laboral debe de ser total, sin pluses para quienes se la salten, porque eso fomenta la discriminación hacia quienes tienen hijos. Los machistas son, como siempre, quienes detestan la diversidad y pretenden que una rosa sea un cardo. Aunque ambos sean hermosos y tengan el mismo derecho a florecer 

Humberto Montero

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