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Columnistas | PUBLICADO EL 21 septiembre 2020

LA ICONOCLASIA EMPEZÓ ARRANCANDO EL CAFÉ

Por juan josé garcía posadajuanjogp@une.net.co

La barbaridad antihistórica de la iconoclasia no es nada nueva en este país. El derribamiento de la estatua de Belalcázar, fundador de Quito, Popayán y Cali, tiene antecedentes en la destrucción de muchísimos iconos regionales y nacionales. El mayor objeto de la cadena de atentados fue el café, centro de la iconodulía nuestra y atacado por algún gobierno disparatado que pretendió borrar el verde que iluminaba con matas de arábigo los campos de este País Paisa y otras extensiones.

La iconografía no la forman sólo cuadros y esculturas. También la integran los demás símbolos visuales y sonoros. Los archivos radiofónicos de voces y música deberían ser representaciones iconográficas de momentos y espacios memorables, así como las colecciones numismáticas y los trofeos de ciclistas campeones. Y el máximo icono colombiano ha sido, o fue, el café. Pero no todo ha sido bonancible, pese a ser el objeto de culto más tradicional.

Una taza de café humeante en las mañanas es una delicia incomparable, de las “pequeñas alegrías”, según Hermann Hesse. “Qué bonita es esta vida”, como canta Jorge Celedón: Es raro aquel a quien no le guste “el primer traguito de café”. Sobre todo, si es el mejor café del mundo, el del Quindío. No me extrañaría si los nuevos inquisidores, los iconoclastas neobizantinos que heredaron de los destructores medievales el aborrecimiento a los iconos, arreciaran la ofensiva y siguieran atentando contra el café, auténtico símbolo nacional.

Símbolo y coaligante, factor de unión, acompañante infaltable del arte edificante de la conversación, de la interlocución respetuosa. Antier, cuando mucha gente celebró el Día de Amor y Amistad, ojalá el café haya sido recordado como el icono genuino, que tiene el poder de acercar, reunir, amistar a los contrarios. “Tomémonos un tinto, seamos amigos”, es una expresión de buena voluntad, que trasciende la finalidad publicitaria y pasa a ser lema de encuentro pacífico. Todo un icono (lo prefiero sin la afectación de la tilde).

Y sean cuales fueren la bondad o la maldad de los personajes icónicos, pasaron a la posteridad y figuran en la historia como protagonistas relevantes. Belalcázar lo fue, aunque lo descalifiquen y lo hayan tumbado en Popayán, con motivos o por influjo de la leyenda negra antihispánica. Desde la infancia me intrigaba el culto a un individuo medellinense tan cuestionado como Zea, con su blanca estatua en la plazuela vecina a casa. Lo innegable es su condición de icono, guste o no. La historia ofrece un mosaico intrincado de realidades y ficciones, verdades y mentiras, hombres probos y seres irrecomendables. El juicio histórico definitivo es una expectativa incierta que siempre quedará incompleta. ¡Que se cultive y propague más nuestro querido icono del café, objeto de millones de iconódulos!.

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