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Columnistas | PUBLICADO EL 10 octubre 2021

La empresa educadora

Por David Escobar Arango*david.escobar@comfama.com.co

Querido Gabriel,

Estábamos visitando un emprendimiento interesantísimo por invitación de un amigo. Oímos historias del fundador y su equipo, de lo que han aprendido, en pocos meses, de estrategia, marca, comercio electrónico y logística, entre otras cosas. Nos presentaron, también, a unas estudiantes de maestría que trabajan con ellos, muy orgullosos de su talento y de tener esta relación con una prestigiosa universidad. ¿Cómo ha sido tu experiencia?, le pregunté a una de ellas. La joven no lo dudó un segundo y respondió: “Esta es mi mejor clase de todas, he aprendido cosas que no habría encontrado jamás en una clase normal”.

“Sólo hay algo más caro que formar a las personas y que se marchen, y es no formarlas y que se queden”, le atribuyen a Henry Ford. ¿No crees que las mejores empresas deberían entenderse como instituciones educativas? Debemos formar en las empresas, primero, por interés propio y, segundo, más importante aún, por responsabilidad social. ¿Hablamos de la empresa que educa continuamente para el trabajo y la vida? ¿Conversamos de cómo estas organizaciones son fundamentales para la inclusión de jóvenes?, ¿reflexionamos sobre la huella que dejan en una sociedad como la colombiana?

Las organizaciones, desde luego, pueden convertirse en lugares terribles. Me da miedo trabajar en las grandes empresas, me dijo un joven de Medellín hace un tiempo. No dan permiso para estudiar, dan órdenes como si uno fuera un robot y no les importa tu vida, se quejaba. Sus palabras son, a la vez, cuestionamiento y desafío. Las empresas autoritarias y rígidas pueden llegar a coartar la creatividad y alienar a sus empleados. Pienso en el mítico filme The Wall, cuando en la escuela se percatan de que Pink estaba escribiendo poemas y su profesor lo humilla. No todas las empresas educan, así como no todos los colegios son oasis para el aprendizaje. Por algo los estudiantes de la película derriban la escuela y arrojan al maestro al fuego.

Por otro lado, cada vez hay más empresas que viven en un estado de amor, conexión y desarrollo continuo. Son lugares magníficos, aunque no perfectos. Se tropiezan y se levantan, no dejan de buscar. Son empresas con espacios acogedores y líderes conscientes que invierten con entusiasmo en viajes, libros y cursos. Pero no se quedan allí, en ellas se puede conversar en un entorno seguro, se aprende haciendo, con los pares, liderando proyectos. Saben que no se forma para un trabajo, en particular, sino para el trabajo, en general. Comprenden que, para hacer bien las cosas, hay que ser buenas personas. Generan reflexiones acerca de vivir en colectivo, de cuidar el cuerpo y de la indispensable inteligencia emocional. Son empresas donde los líderes no son dictadores ni superhéroes, dan ejemplo de vulnerabilidad y humanidad.

Por supuesto, las organizaciones educadoras no reemplazan a las escuelas ni las universidades. Las complementan, se conectan y trabajan con ellas, las cuestionan y las mejoran. Comprenden, por ejemplo, que la transición entre el estudio y el empleo debe ser natural. Contratan a un joven, no solo por lo que sabe, sino por lo que puede y por el brillo de sus ojos. Saben que, a su lado, aprenderá lo que falte y que, al partir, llevará su historia como una antorcha de saber y gratitud, para iluminar a otros.

¿Cuáles son tus maestros inolvidables por fuera del colegio y la Universidad? Hablemos de esto en la tertulia. En mi caso, muchos de ellos no tienen la profesión, pero sí la vocación. Son mis mentores, mis jefes, mis colegas y mis amigos de los lugares de trabajo que supieron convertirse en empresas educadoras 

David Escobar Arango

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