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Columnistas | PUBLICADO EL 08 abril 2021

La crisis perpetua en la frontera

Por JORGE RAMOSredaccion@elcolombiano.com.co

La frontera entre México y Estados Unidos “es una cicatriz que sangra”. Así la describió en 1997 el escritor mexicano Carlos Fuentes.

En ese mismo año, según el Centro Pew, entraron 1.2 millones de inmigrantes legales e indocumentados a Estados Unidos. Y seguramente en 1997, como ahora, había mucha gente que decía que se trataba de una crisis.

La verdad es que esa frontera siempre ha estado en crisis. Es una crisis perpetua desde su creación tras la guerra entre México y Estados Unidos en 1848. En mis clases de primaria en la ciudad de México nos enseñaron que México fue obligado a ceder la mitad de su territorio a Estados Unidos por 15 millones de pesos con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Muchos no cruzaron la frontera sino que la frontera los cruzó a ellos. Desde entonces ha sido, a la vez, una zona de conflictos y de extraordinaria hermandad.

Como periodista me ha tocado cubrir a todos los presidentes –y sus políticas migratorias– desde Ronald Reagan hasta la fecha. Nunca ha sido fácil. Y esto es lo que –creo– es preciso hacer para encontrar una solución a largo plazo: aceptar más inmigrantes legalmente. Muchos más.

El republicano Reagan otorgó una “amnistía” en 1986 a más de tres millones de personas cuando todavía esa no era una mala palabra. Pero no funcionó. Cuando entrevisté a George W. Bush en el 2001 el número de indocumentados ya había crecido a más de siete millones y el presidente coqueteaba con la idea de un “programa de trabajadores temporales” antes de los actos terroristas del 11 de septiembre. El número de indocumentados siguió creciendo –hasta 12.2 millones en 2007– pero el presidente Barack Obama no aprovechó los pocos meses del 2009, cuando los demócratas controlaban ambas cámaras del Congreso, para presentar una reforma migratoria que los legalizara. Y luego llegó Donald Trump, uno de los mandatarios más racistas y antiinmigrantes que ha tenido el país.

Las políticas inhumanas y represivas de Trump –y las medidas de emergencia sanitaria por la pandemia– redujeron la migración a sus niveles más bajos desde los años 80. Pero ahora, con un nuevo presidente y con nuevas reglas, podríamos regresar a las épocas en que cruzaban cientos de miles de indocumentados cada año. Solo en febrero se registraron 100.400 cruces ilegales. Esa es, quizás, la nueva normalidad.

“La frontera no está abierta”, me dijo en una entrevista el secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas. Pero “lo que hemos descontinuado es la crueldad de la pasada administración”. Bueno, parece ser que en Centroamérica solo escucharon la parte de que “se acabó la crueldad” y por eso están llegando en grandes números. Decenas de miles de refugiados centroamericanos esperaron durante más de un año en campamentos en México para este momento y no lo van a desaprovechar.

No debería sorprender a nadie que esto es lo que ocurre en una frontera que divide al país más rico y poderoso del mundo de la región más desigual del planeta. Lo que está ocurriendo es que los más pobres y vulnerables en medio de una pandemia se están yendo a un lugar más próspero y seguro. Así de sencillo. Y así va a seguir por mucho tiempo.

¿Qué hacer? Aceptar la realidad y crear un sistema que pueda absorber de manera legal, eficaz, rápida y segura a muchos de los inmigrantes y refugiados que vienen del sur. Todas las otras opciones –muros, cárceles, separación de familias, repatriación exprés, la espera en México, deportaciones masivas, el envío de la Guardia Nacional...– han fracasado. La inversión de cuatro mil millones de dólares en Centroamérica, como quiere el presidente Biden, es un buen comienzo para atacar el origen de la migración. Pero tardará años en dar resultados.

¿A cuántos inmigrantes legales debemos aceptar anualmente? Entre millón y medio y dos millones cada año.

Estados Unidos es un país de inmigrantes y necesitará muchos más para la recuperación económica después de la pandemia, para reemplazar a la creciente población que se jubila y también para compensar por las bajas tasas de natalidad en Estados Unidos. El problema es que nuestro sistema migratorio está quebrado, caduco y no refleja las nuevas necesidades del país y del hemisferio que comparte

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