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La pandemia está llevando al hombre del siglo XXI a descubrir la importancia de la convivencia, pues por ser relacional, vive, aunque no lo quiera, en relación consigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios.
Y la familia, la célula fundamental de la sociedad, tiene en la convivencia el secreto de su grandeza. Y por ser relacional, cada uno tiene su modo de relación, de convivencia. Y Dios, el modelo de los modelos, es Trinidad, uno en tres, tres en uno; y el Creador ama a la criatura, haciendo unidad con ella.
Yo, ser relacional, me intereso en cultivar la relación de amor conmigo mismo. Y así, como ser pensante, me transfiguro en lo que pienso durante todo el día. Aclaro y concreto mis pensamientos cuando los llamo, cuando les pongo nombre, palabra. Por eso, cultivo con esmero la palabra, pues yo moldeo la palabra y la palabra me moldea a mí. Dime qué lenguaje hablas y te diré quién eres. Tengo la elegancia o la vulgaridad del lenguaje que utilizo.
Leo en “Confieso que he vivido” de Neruda: “Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita dentro de una frase que no la esperaba”. Y también: “Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema”.
Dios es palabra y el hombre es palabra. La palabra ocupa el puesto de honor en el cielo y en la tierra. Es tan importante la palabra, que en ella está el arte de convivir conmigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios. Cuanto más cultivo la palabra, más enriquezco mi capacidad de convivir, mi convivencia.
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz sobresalen en el cultivo de la interioridad, el secreto que los convierte en artistas consumados de la palabra, el arte de decir lo indecible, ubicándolos en la cúspide del siglo de oro de la literatura española.
Los místicos me enseñan a cultivar mi interioridad, que llena de elocuencia mi palabra, mi lenguaje, y me capacita para el placer de conversar, el arte de alternar la palabra con el silencio, con el poder mágico de la reciprocidad, de recibir lo que doy y de dar lo que recibo.
El buen conversador hace la vida deliciosa, pues quien lo escucha aprende a viajar por los más seductores caminos interiores. Hombre del siglo XXI, descubro en la pandemia el arte de cultivarme, y así disfrutar el placer de compartir y convivir.