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Columnistas | PUBLICADO EL 04 mayo 2020

LA AMARGA HISTORIA DE DULCE

Por Elbacé Restrepoelbaceciliarestrepo@yahoo.com

Un presente “impresente” para contar la amarga historia de Dulce.

Dulce y Caramela son nuestras gatas. La primera llegó de una casa de familia, una señora gata muy elegante y distinguida. La otra es una “chandita” recogida de la calle, necia, inquieta, un poco loca y exigente en su alimentación. “A mí, comida húmeda, por favor, pero tampoco de cualquier marca, ah, ah”, parece decir todos los días.

Cada una le hace honor al nombre, y a quienes hablan de la independencia de los gatos, permítanme contarles: Dulce y Caramela comparten activamente la vida de esta familia, dando y recibiendo ternura y compañía. Como si fuera poco, atienden las visitas, se sientan sobre sus piernas y no les da pena dejarles la ropa llena de “te quieros” (léase pelos). Son famosas en la cuadra porque ventanean todo el día y parte de la noche. Son amigas de los mensajeros que traen domicilios y los vecinos les brindan caricias cuando se sientan a mis pies en el quicio de la puerta, rato que aprovechan para cazar grillos o pequeñas lagartijas en el antejardín, comer yerba y recibir un poco de sol, siempre bajo mi ojo vigilante.

Una de estas tardes desiertas, mientras disfrutábamos de esa sencilla pausa activa, la tranquilidad del momento se convirtió en una tragedia. En apenas dos brincos de la calle a la acera, un perro que apareció de la nada se tiró sobre Dulce, que desapareció bajo ese cuerpo grande y fuerte que la atacaba sin piedad. Grité como loca, pero no hubo quien nos ayudara. El dueño del perro miraba la escena desde la calle, indiferente y quieto como una estatua.

Tras unos segundos eternos de ese combate desigual, Dulce logró escabullirse y entrar a la casa, mientras el perro y el dueño seguían su camino como si nada. No los conozco y no creo que pudiera reconocerlos si volviera a verlos, porque me concentré en tratar de salvar a Dulce y nada más. Solo sé que ese perro, de esos que tienen cabeza de huevo y ojos triangulares, de raza potencialmente peligrosa, iba sin collar y sin bozal, a pesar de que el Código de Policía, en el artículo 117, así lo exige. Pero ya sabemos para qué sirven las leyes en Colombia.

El perro le causó a Dulce cuatro heridas que lentamente empezaron a sanar, pero pese a todos los exámenes, los medicamentos, la hospitalización, nuestros cuidados, nuestros esfuerzos por recuperarla y nuestro amor infinito, el episodio desencadenó en altísimos niveles de estrés que causaron una lipidosis hepática por anorexia. Dulce murió, ya no ronronea entre nosotros y el plural y el presente son cosas del pasado.

Llorando mares sobre el teclado en el que ella se acostaba, me pregunto cuál es el animal: ¿El perro peligroso o el dueño con el collar al hombro? No sabrán nunca la magnitud del daño que causaron, uno por instinto y el otro por inhumano. ¿O debo decir por delincuente, antisocial e insensible? Hoy fue una gata, pero si hubiera sido un niño, o cualquier otra persona, el dolor, la rabia y la impotencia serían mayores, por la irresponsabilidad de este tipo de actos, y la odiosa impunidad en que suelen quedar.

Elbacé Restrepo

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