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Columnistas | PUBLICADO EL 26 octubre 2019

Juanes y las hormigas

Por ALDO CÍVICOaldo@aldocivico.com

Les quiero compartir una tarde que viví esta semana con Juanes en un rincón de Itagüí. Dice el profesor de MIT Otto Scharmer que para observar el futuro que emerge hay que desplazarse a los márgenes de nuestras realidades, donde se encuentran las semillas de la innovación. De hecho, es allá que los problemas y las oportunidades se ven magnificadas como bajo una lupa. Por eso, con Juanes y los miembros de la junta de la Fundación Mi Sangre, de la cual soy miembro, el martes pasado nos fuimos a visitar la humilde y colorada sede de la corporación cultural El Hormiguero.

Al llegar, encontramos espacios sencillos, resignificados por la comunidad. Arrancamos a pie por una estrecha escalera de cemento que sube por las laderas de la colina, cada paso pintado con distintos colores y con letreros que recuerdan los valores elegidos por sus habitantes, como paz, amor, perdón, amistad. Nuestro caminar se hizo lento por la gente que se asomó por las ventanas y a la calle para saludar y conversar con Juanes, quien escuchó sin afán. Finalmente, nuestra pequeña comitiva llegó a una casa, la sede de El Hormiguero. Aquí unos jóvenes han venido promoviendo actividades de formación cultural y artística, que cohesionan a la comunidad y permiten a niños y adolescentes desarrollar su poder de imaginación y visualizar el futuro que quieren para sí mimos y su comunidad. Todo es sencillo, cada detalle el producto de un compromiso profundo, de un talento cultivado con disciplina, de algunas alianzas estratégicas fomentada con inteligencia y orgullo.

De las historias que escuché, me impactó la que nos compartió Daniel. Cuando era niño, miraba a las montañas que rodeaban su barrio y se preguntaba con curiosidad cómo era el mundo más allá del corto horizonte que el panorama le ofrecía. Salía al techo de su casa, la misma donde hoy El Hormiguero tiene su sede, desde donde lanzaba decenas de aviones de cartas, imaginándose el momento cuando hubiera podido dejar su tierra y explorar al mundo. Hasta cuando llegó el día en que con unos pocos pesos, pero con un gran sueño en su bolsillo, salió en un avión a México, donde pudo estudiar en la universidad. Aprendió aquel día que no solo vale la pena soñar, sino también que lo sueños se pueden realizar.

Juanes lo escuchó con detención. Él también recordó sus sueños de juventud, y de aquel día cuando se montó en un avión para aventurarse a Los Ángeles. La presencia del artista paisa en aquel cuarto angosto le recuerda a todo el mundo el valor de trabajar con excelencia para lograr los sueños. “Nunca te rindas a tus sueños”, les dice Juanes a los jóvenes reunidos. Hoy Daniel tiene aquel avión de papel tatuado en su bíceps derecho.

Saliendo de la casa, noto el letrero pintado en una pared. Es una frase de Eduardo Galeano, “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. En las periferias de Medellín ya se vive el futuro que quiere emerger.

Aldo Civico

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