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Por Juan Carlos Ramírez - opinion@elcolombiano.com.co
Los niños, niñas y adolescentes (NNA), no son bufones ni comediantes, quien crea que tiene el derecho a ridiculizarlos a cambio de caramelos, merece todo el rechazo de la ciudadanía.
Durante una visita a familiares en la Comuna Trece de Medellín, presencié la siguiente situación: los equipos de sonido estaban encendidos y su alto volumen estremecía las ventanas de la casa donde estaba. No me extrañó esto, lo que si me causó curiosidad fueron los NNA que corrían en bandada a una casa contigua, donde un grupo de adultos sostenían una fiesta de disfraces. Hombres y mujeres con botellas de licor en la mano, reían y animaban a un grupo de menores a bailar en la acera de la casa, bajo la promesa de recibir como premio algunos dulces y regalos. Este irresponsable hecho, se agudizó minutos después, cuando la música pasó de ser rondas infantiles a canciones con contenidos violentos y sexuales. Se podía leer en los rostros de los niños y niñas la incomodidad frente a la situación. No entendían muy bien lo que allí sucedía, sin embargo, al estar rodeados por sus cuidadores, respondían a la inaceptable solicitud de hacer el ridículo como si se trataran de marionetas.
Contario a lo que se puede creer de este espacio, no causa gracia que los NNA sean instrumentalizados y expuestos en público, bajo la excusa de estar celebrando una fecha particular, como lo es el 31 de octubre, mejor conocida como Halloween. Según el ICBF: “la violencia psicológica en menores de edad se manifiesta mediante toda acción u omisión destinada a degradar, discriminar o controlar las acciones, comportamientos, creencias y decisiones de los niños, niñas y adolescentes, a través de formas como: humillar, rechazar, aterrorizar, aislar, instrumentalizar o cualquier otra conducta que implique un perjuicio en la salud mental o el desarrollo personal”. Dicho lo anterior, la violencia que se ejerció contra los menores no puede ser camuflada bajo la idea errada de la cultura.
Por un momento, la música se silenció y algunos menores intentaron renunciar a la solicitud de bailar, pero los adultos que los rodeaban, en lo que creían que era un acto de afecto, los tomaban en sus brazos y bailaban con ellos a la par. Algunos asistentes, grababan la desafortunada escena sin perder detalle, simultáneamente, se escuchaban comentarios sobre la manera como se movían los menores y su parecido a algunas especies de roedores. Como si no fuera suficiente lo narrado hasta el momento, para rechazar categóricamente la nefasta “celebración”, una de las personas organizadoras del espacio tomó la palabra y haciendo uso de un micrófono sentenció: “niño que no baile, niño que no tiene regalo”. Nada más cercano a un circo de mal gusto.
Una hora después, vi regresar a los niños con dulces y juguetes en sus manos, en su mayoría con expresiones de felicidad en sus rostros. Solo una menor iba llorando, como respuesta, la mujer que la acompañaba, la cargó en sus brazos y le dijo lo siguiente: “para que llora, a la próxima baila como los demás niños”.
Terminada mi visita familiar, fue inevitable detectar con mayor agudeza, otros lugares en la ciudad donde se ha naturalizado la violencia contra los menores, en particular de los lobos disfrazados de ovejas. Los niños, niñas y adolescentes no son bufones ni comediantes, quien crea que tiene el derecho a ridiculizar un menor a cambio de dulces y juguetes merece todo el rechazo de la ciudadanía.