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Los pueblos que no aprenden de la historia, aprenden de la ruina. El poder vanidoso y ególatra, sin virtud ni contrapeso, es una histeria de caprichos incendiarios.
Por Juan Carlos Manrique - jcmanriq@gmail.com
Mafalda comienza preguntándole a Nerón si cree que lo extrañan. Nerón se despacha con voz impostada. Extrañan al gran emperador incomprendido. Al gran artista. Yo fui el pueblo. Fui un gran actor. Entendí que la política es un espectáculo. Es el arte de dominar. ¡Que viva Kafka! Felices los que fueron gobernados por el gran Nerón. Yo construí un imperio a pesar de tantos conspiradores. El imperio nunca ha caído. Se ha transformado.
Mafalda lo interpela. No tan rápido. ¿Construir un imperio fue incendiar a Roma? Cualquiera que sea su respuesta, no se le olvide que Roma ardiendo representa la indolencia de los poderosos.
Ay, Mafalda... Las quejas son para los tontos. Roma ardiendo no fue nada comparado con los incendios que vendrían. No voy a contestar con la verdad. Eso se lo dejo al débil de Marco Aurelio. No fue un incendio, fue una reforma. El resto son rumores, invenciones de mis opositores, siempre mis enemigos. Pregúntale a Edward Champlin. El incendio de Roma ha ocurrido mil veces y seguirá ocurriendo: hay que destruir lo que no se domina.
Mafalda respira profundo. Usted no fue un artista, fue un déspota sanguinario. Nerón arquea sus cejas. Sonríe con vanidad. Claro. Quería que me amaran, pero también que me temieran. Entendí que la gente hace de todo para no morir. ¿O existe otra forma de crear un imperio? Porque eso que ustedes llaman democracia, es un invento iluso de los apocados. Con ese cuentico solo han creado Estados tan frágiles como sus ideales.
Mafalda, de la mano de Quino, resiste. ¿Para usted los fuertes son los que están dispuestos a matar a su propia mamá? Nerón se incomoda. ¡Bah! Agripina desafió mi poder. Quería “libertad” y “democracia”.
Mafalda, recordando a Susanita, suspira ante tanto cinismo. Permítame recordarle que yo soy una demócrata defensora de la vida, la felicidad y la justicia. Los tiranos como usted son el mal mayor. La democracia es el mal menor. Nerón se burla. Otra loca que cree que la oposición es el precio que se debe pagar por tener una democracia. Qué despropósito. Otra demócrata romántica de la vida, la felicidad y la justicia. ¿Acaso la historia la escriben los justos? La escriben los autócratas vencedores. Y mucho mejor cuando son de los nuestros.
Mire Nerón. ¿Vencedor es quien elimina a todos los que le resultan incómodos, como su esposa embarazada y su hermanastro? ¿No será que esta humanidad le tiene miedo a la vida y por eso inventó la política? ¡Cuidado, niña insolente! Los traidores merecen la suerte de Séneca. Solo los leales merecen vivir.
Gracias por recordarme a Séneca... Aunque sospecho que usted jamás lo entendió. Por eso le hago una reflexión final: Los pueblos que no aprenden de la historia, aprenden de la ruina. El poder vanidoso y ególatra, sin virtud ni contrapeso, es una histeria de caprichos incendiarios llenos de humo, donde los pensamientos incómodos —como el mío— son eliminados únicamente porque no nos gusta la sopa. Mafalda sonríe y descansa.
¡Paren el mundo! Pero esta vez, no porque me quiera bajar, sino porque lo quiero cambiar.