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Columnistas | PUBLICADO EL 12 octubre 2020

Jimi, Janis

Por Jorge Giraldo Ramírez
calia@une.net.co

Si hubiera nacido ocho o diez años antes, 1970 habría sido uno de los años tristes de mi vida. A mis doce años había pobreza, no tristeza. Era un culicagao que vibraba con Alí, Pelé y Cochise, con el viaje a la luna, el rock brincón en español (que es de los sesenta), las versiones resumidas de los libros clásicos para jóvenes, Batman y El Santo, y las canciones alegres de The Beatles. Ellos no habían llegado a mis oídos; si los hubiera escuchado no los habría comprendido. Jimi Hendrix y Janis Joplin me llegaron después de los quince; con la adolescencia, la callejeadera y la rebeldía.

Su muerte en la cima del reconocimiento —el 18 de septiembre, él; ella, el 4 de octubre— creó muchos mitos: el del club de los 27, que generó imitaciones, muchas de ellas quizás inconscientes y que se llevaron a Andrés Caicedo, y dio lugar a especulaciones esotéricas, no solo con el número, también con la letra jota, por su antecesor Brian Jones y su seguidor Jim Morrison (los cuatro muertos a los 27 en un periodo de 24 meses). Y, hay que decirlo, su propio mito, el de Jimi y el de Janis. Ellos dos son más que materia mórbida para relatos románticos, más que cadáveres exquisitos.

La muerte y la fama —que puede ser otra forma de estar muerto— ocultan la lucha por la vida, la fatiga formativa, la veracidad del arte. Jimi y Janis no eran solo un guitarrista y una cantante, eran, el uno, un artista de la guitarra, la otra, una artista de la voz, como dice Thomas Bernhard de Glen Gould, que era un artista del piano. Como Gould (perdonen los apocalípticos, en la acepción de Umberto Eco), ellos no solo eran distintos, además fueron mucho más que virtuosos y más grandes que los simples virtuosos, porque el arte verdadero siempre supera a la técnica. Sus pares lo sabían. Hay que escuchar a Eric Clapton contando el encandilamiento de los guitarristas británicos viendo en Londres a ese muchacho negro desconocido haciendo cosas que nadie había hecho con los trastes y las cuerdas. O ver la imagen de Mama Cass con la boca abierta y la expresión asombrada escuchando a una joven anónima texana en la tarima del Festival de Monterrey.

Hendrix y Joplin establecieron parámetros para sus interpretaciones y estilos que siguen intocables. ¿Quién pensaría que “Summertime” de Gershwin, interpretada por Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Nina Simone, quedaría fijada durante más de medio siglo en la versión de Janis? ¿Que la sociedad londinense consagrara un pequeño santuario para recordar a Jimi al lado Georg Friedrich Händel?

Después de medio siglo siguen estremeciéndome, la voz, la guitarra, “Are you experienced”, “Cheap Thrills”.

Saludo a Gabo Ferro (1965-2020), “músico, historiador, poeta y performer”, que nos acompañó.

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