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La envidia como motor de política pública

La envidia, sin embargo, cae en una complicada categoría. Es una emoción poco visible para ser una etiqueta efectiva de inferioridad del otro y es demasiado vergonzosa para ser reconocida en uno.

19 de noviembre de 2024
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  • La envidia como motor de política pública

Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu

El mal de ojo es la idea sobrenatural de que alguien puede hacerle daño a uno con solo mirarlo. Es difícil pensar en una idea más prevalente en el folclor mundial que esta. Está presente en la tradición judeocristiana, el islam, el hinduismo, el budismo, y, en menor medida, el confucionismo. También tenemos registro de ella en el mundo griego clásico, las Américas prehispánicas, y los pueblos celtas de la antigüedad.

Detrás del misticismo de esta idea hay una referencia clara a la envidia. La envidia, aunque puede engendrarse en personas que no lo conocen personalmente a uno, sí exige cierta cercanía—i.e. la persona que experimenta envidia necesita ser consciente de la buena fortuna de uno, necesita verlo a uno. Sin embargo, la envidia tiene mucho de vergüenza y cobardía, por lo que los canales a través de los cuales opera son poco transparentes. No muchos agreden directa y visiblemente a aquellos a quienes envidian; más bien, recurren a ataques silenciosos como la difamación anónima y el sabotaje. Entonces, no es extraño que, a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta, los humanos describiéramos sistemáticamente la envidia como un conjuro silencioso que alguien “cercano” podía aplicarnos con tan solo vernos.

Lo que yo encuentro interesante de todo esto es que la envidia, una emoción esencial en las sociedades tradicionales, está completamente ausente de las discusiones públicas en la actualidad. Y no se trata de un ocultamiento generalizado de la emocionalidad humana, porque el mundo moderno, si algo, está repleto de referencias emocionales.

En las últimas dos décadas, hemos visto la proliferación de argumentos alrededor de emociones como el odio, la empatía, o el amor en la discusión pública. Hoy, es bien visto argumentar que las políticas de control migratorio están basadas en el odio o el miedo, o que las políticas fiscales redistributivas están motivadas por la empatía o la solidaridad. Sin embargo, la opinión pública parece encontrar ridículo argumentar que la envidia también podría ser un catalizador de aquel tipo de políticas. Esto es extraño, porque ninguna otra emoción se ha beneficiado tanto del progreso tecnológico reciente como la envidia. Las redes sociales han expandido drásticamente nuestro círculo de visibilidad. Hoy podemos ver de forma mucho más detallada la buena fortuna de muchísimas más personas y compararnos con ellas es bastante más fácil. Esto nos permite envidiar intensamente a gente a miles de kilómetros de distancia. Y sí, aquí he empezado a hablar en primera persona, porque la envidia no es un sentimiento que surja solo en el otro. Es un sentimiento que yo experimento con regularidad. No tengo duda de que usted también.

¿Pero por qué la emoción que más exitosamente se ha reproducido en los últimos años parece ausente de una conversación pública protagonizada cada vez más por emociones?

Se me ocurren dos posibles explicaciones. Solo mencionaré una aquí. Sobre la segunda hablaré en mi canal de YouTube.

La explicación sobre la que quiero hablarles aquí tiene que ver con las verdaderas fuerzas detrás de la proliferación reciente de las emociones en la discusión pública. En mi opinión, poco de la celebración reciente de la emocionalidad ha estado motivada por un genuino interés por aceptar la naturaleza humana. Parece ser, más bien, un esfuerzo de las élites urbanas para distinguirse socialmente. La competencia por estatus en ambientes con abundancia material exige la búsqueda de señales de distinción inmateriales, y las emociones son ideales para esto. Tener un carro lujoso en una ciudad llena de ellos no trae mucho prestigio, pero descubrir la empatía, sí—sobre todo si se hace a través de un largo viaje introspectivo o de muchas horas de costosa terapia.

Sin embargo, puesto que el propósito de la exaltación de las emociones en este contexto es señalar prestigio, las emociones que se han tendido a resaltar públicamente son aquellas que describen claramente virtuosismo moral en uno—como la empatía—y visible bajeza en el otro—como el odio. La envidia, sin embargo, cae en una complicada categoría. Es una emoción poco visible para ser una etiqueta efectiva de inferioridad del otro y es demasiado vergonzosa para ser reconocida en uno. Entonces, siendo poco útil en la competencia por estatus, no muchos parecen tener incentivos para traerla a las discusiones públicas.

En general, esto es algo sobre lo que deberíamos pensar más detenidamente. Las lógicas de víctimas y victimarios que han dominado las grandes conversaciones recientes en Occidente nos venden la idea de una naturaleza humana dicotómica y plana. En ella, existen dos variantes de humanos: los buenos y los malos. Pero la realidad es distinta. Incluso esas personas a que solemos llamar buenos cargan cosas despreciables en ellas. Y aquellos que reciben la etiqueta de malos también tienen cosas buenas. Esto es otra idea que las sociedades tradicionales entendían perfectamente, pero que, en nuestros tiempos de dominancia moralista, parece que hemos aceptado olvidar.

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