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Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu
Yo llegué a San Francisco por primera vez hace poco menos de una década. Era un momento especial para estar allí. Los días más profundos de la crisis de la indigencia en la ciudad eran aún lejanos, al igual que la idea de que Trump pudiera llegar a la Casa Blanca y que, con él, el conservadurismo renaciera en la opinión pública americana. Eran tiempos donde la cultura hípster estaba conquistando el mundo y San Francisco se había convertido en el corazón de ella. Era una ciudad próspera, multicultural, y progresista a dónde toda la gente joven quería migrar, muchos de ellos soñando en emprender y pasar sus días trabajando en una computadora portátil desde algún café amigable con las mascotas—uno que, por supuesto, ofreciera menús veganos y fuese atendido por baristas con tatuajes sencillos y bigotes espesos. Era un lugar donde se respiraba un optimismo muy específico, uno que daba la ingenua sensación de ser testigo de lo que sería el futuro de la humanidad.
Esencial en aquel optimismo fueron las oportunidades y el dinero que irradiaba el auge del sector tecnológico en el Silicon Valley—el Valle, de ahora en adelante. Aquel fue un auge similar a los que vienen, más o menos, cada 10 años al Valle; auges que tienen dos elementos característicos.
El primero es su dimensión fashionista. El ecosistema de emprendedores en el Valle es profundamente obsesivo y suele concentrar su atención en unos pocos elementos de moda. Así, hace 10 años, toda la atención de la industria estaba dirigida a las aplicaciones móviles. Los ríos de emprendedores que llegaban al Valle soñaban con hacer una fortuna de los datos que podrían extraer de alguna aplicación que usaría a diario cada persona del planeta. Hace 20 años, la moda eran las redes sociales; hace 30, el internet; y hace 40, el software para la computadora personal.
El segundo gran atributo de los auges en el Valle es la renovación generacional de lo que llamaré el emprendedor knightiano. Aunque en la comunidad emprendedora del Valle han existido figuras que han visto venir e irse muchos de estos auges, cada auge trajo consigo una generación entera de muchachos de orígenes muy diversos, decididos a apostar la vida entera a sus obsesivas visiones de crear empresa. Y aquí basta pensar en un puñado de las figuras más visibles de cada auge para ilustrar el punto—e.g. los Zuckerberg, Musk, Huang, Yang, o Jobs. Todos estos llegaron al Valle en su juventud, muchos de ellos luego de senderos migratorios complejos, pero todos terminaron quedándose allí, asumiendo apuestas gigantescas a su visión del futuro. A estos los llamo emprendedores knightianos para resaltar su exposición a riesgo no asegurable—i.e. un tipo de riesgo que uno no puede evitar con algún instrumento financiero como un seguro. Este era un principio que el economista Frank Knight consideraba como esencial del emprendimiento. Alguien que abandona sus estudios, su profesión, y su ciudad para apostar todos sus ahorros a su capacidad para crear una empresa exitosa en un mercado virgen, es un tipo de creatura diferente al resto de animales que comúnmente llamamos—a secas—emprendedores.
Desde aquel auge de los 2010s, las cosas en la región han cambiado mucho. San Francisco ha estado en declive urbano por años y su única esperanza parece estar en el nuevo auge que vive el Valle, uno que luce algo diferente a los pasados.
Aunque el elemento fashionista está más vivo que nunca, siendo la euforia por la Inteligencia Artificial una fuerza sin precedentes, el elemento knightiano de la comunidad emprendedora se ha ido extinguiendo. Es evidente en las cenas, reuniones, y congresos del sector. La comunidad de emprendedores luce bastante más homogénea hoy. Son pocos los muchachos locos que han abandonado todo, y hay cada vez más personas que han sobresalido en sus estudios, muchos de ellos con MBAs, que tienen un gran plan B en caso de que su emprendimiento no funcione.
Cierto papel ha jugado la política comercial y migratoria de EE. UU., la cual ha hecho más difícil la llegada de talento foráneo atípico al Valle. La consolidación de otros polos de emprendimiento tecnológico, como Austin, Estocolmo, o Tel Aviv, seguramente ha jugado un rol adicional. En conjunto, los emprendedores knightianos tienen hoy menos incentivos para venir al Valle a emprender que hace 10 años.
Más importante, sin embargo, creo que es la profesionalización de la figura del emprendedor. Hoy existe un sendero bien trazado para ser un emprendedor en el Valle. Siendo justos, ha existido por años, pero hoy es de conocimiento común. Todo aquel que quiera emprender ha oído sobre cómo encontrar cofundadores, estructurar un pitch, aplicar a aceleradoras como Y Combinator, generar un prototipo, y levantar capital siguiendo el calendario bien definido de la industria del capital de riesgo. Así, la decisión de ser emprendedor es hoy una alternativa profesional con los rituales y la formalidad de cualquier otro sendero tradicional, como hacer un doctorado y buscar un puesto académico o progresar en el mundo de la consultoría, por ejemplo.
Y no pretendo desmeritar este sendero. Que tenga una estructura tradicional con normas y símbolos más claros no lo hace menos difícil. De hecho, la masificación de la información acerca de su funcionamiento ha atraído un mayor número de aspirantes, haciéndolo, si algo, más competitivo. El asunto son los atributos de quienes están llegando a la competencia. Es una comunidad dominada, cada vez más, por el tipo de personas que sabe avanzar por senderos estructurados por otros, más que por aquellos que lideran la apertura de caminos inexplorados.
¿Cuáles serán las implicaciones de esto para el liderazgo tecnológico del Valle? Por un lado, la densidad del ecosistema de emprendimiento en el Valle sigue siendo muchísimo más grande que la de cualquiera de sus pares. Además, aunque una década de bajas tasas de interés hayan distorsionado el ecosistema, en condiciones normales, las presiones del mercado deberían generar ciertos incentivos atraer a los emprendedores knightianos. Esto debería traducirse en que el liderazgo del Valle perdure por muchas décadas más. No obstante, la inercia de los rituales y símbolos es más difícil de combatir de lo que muchos piensan. Bajo el curso actual, los emprendedores knightianos seguirán existiendo, pero será en otro lugar donde encontrarán la forma para llevar a cabo su visión. De esos lugares es que empezaremos a ver las verdaderas disrupciones tecnológicas del futuro.