Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
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Por Aldo Civico - @acivico
La imagen me impresionó. Hablo de aquella en la que un concejal de Medellín aparece de pie, en la noche, vestido de negro, con un chaleco grueso, una gorra y un bate en la mano derecha, como si el siglo XXI le quedara grande. Es la imagen grotesca del orden entendido como fuerza, del ciudadano que se erige en justiciero. Es como si el pasado irrumpiera en el presente porque, en realidad, nunca desapareció; siempre estuvo allí, agazapado. El concejal con el bate parece revivir —y despertar— aquel tiempo en que, con las Convivir primero y los paramilitares después, se justificó la privatización del uso de la fuerza y la necesidad de hacer justicia por mano propia. Ayer como hoy, se mezclan el miedo, la moralidad y la violencia legitimada. Es el retorno de la violencia como método de control político. El eterno presente colombiano.
Al ver la imagen recordé el libro de William Burroughs, The Exterminator, donde el protagonista mata cucarachas —una metáfora de la sociedad moderna— como quien ejecuta una limpieza espiritual y política. Pero el gesto es ambivalente: el asesino de cucarachas termina pareciéndose a aquello que pretende erradicar. Al contacto con ellas, absorbe sus cualidades y vibra con su energía. En lugar de curar la peste, termina contagiándose y propagándola. De esta manera, el concejal con el bate no solo amenaza al manifestante violento, sino que revela algo interior: una pulsión de poder donde la paz se concibe como la eliminación del otro, del enemigo, en lugar de la transformación de la relación. Es la paz entendida como exterminio, como limpieza, como aniquilación del otro. En otras palabras, es la perversión de la paz y la normalización de la guerra.
Pero, ¿no es este el mismo impulso que está detrás del exterminio de los palestinos en Gaza? ¿O del deseo de Hamas y de Irán de eliminar al Estado de Israel? ¿O del odio creciente en Estados Unidos y en Europa hacia inmigrantes y extranjeros? ¿O de la polarización que convierte a quien piensa distinto en un enemigo que hay que marginar o eliminar? El mundo parece hoy lleno de líderes que se perciben —y se proclaman— como la encarnación del bien, pero terminan multiplicando el mal. Se convierten en cucarachas. Por eso el concejal con el bate es también una metáfora del doble: el arquetipo del hombre que, al pretender representar el bien, reproduce el mal. Queriendo encarnar al orden, en realidad se vuelve parte del desorden. Pretendiendo controlar el caos, lo perpetúa. Como en la dialéctica del exterminador de Burroughs, al intentar limpiar, se contamina; al intentar salvar, se corrompe.
Por eso el concejal con el bate termina siendo un espejo de nuestros tiempos. Representa la externalización de los miedos, la moralización y la violencia que nos caracterizan como sociedad. Es la manifestación de la debilidad y la incertidumbre en la que vivimos. En su imagen grotesca está reflejada toda nuestra fragilidad como sociedad, y no nuestra fortaleza.