Síguenos en:
x
Columnistas | PUBLICADO EL 24 enero 2019

Ir a las librerías

Por Diego Aristizábaldesdeelcuarto@gmail.com

No sé cuántos de ustedes, dentro de sus propósitos de año nuevo, pusieron en su lista de deseos ir a una librería, leer un poco más, así, con la misma pertinencia que algunos escribieron ir al gimnasio, tener hábitos más saludables, qué sé yo. Estoy seguro de que en nuestro país muchas personas nunca han entrado a una librería, porque les parece extraña, no les pertenece o, en el peor de los casos, piensan que no es necesaria. Pero una librería sí que es necesaria.

De hecho, cuando una librería anuncia que cerrará se vuelve más necesaria, y eso sí que es una paradoja. A veces pienso que ir a una librería puede ser un propósito que no alcanza a cumplirse en un año, así como la membresía al gimnasio apenas se hace efectiva en enero, y luego nos escudamos en las complicaciones del trabajo, en la rutina que agobia con o sin familia, en tantas cosas que nos alejan de la sencillez de la cultura, que no es otra cosa que la disposición a que la vida misma no nos abrume. Lograrlo es fácil, pero también puede ser muy difícil si no tenemos las agallas de hacer un alto, de pasar con calma a comprar un libro, o mirarlos, como se pasa por la carnicería o el supermercado antes de llegar a casa.

Yo estoy seguro de que si las personas, antes de llegar a casa, pasaran por una librería, el encuentro con la familia o con la soledad sería muy distinto. Por eso son necesarias más librerías por metro cuadrado, por eso necesitamos una en cada barrio para que no exista el pretexto de la distancia.

Y si pienso en esto, es porque me duele cada que cierran una librería en el mundo. Mientras usted lee esta columna, la librería Los portadores de sueños, en Zaragoza, España, estará cerrando sus puertas. He seguido de cerca esta noticia porque la librera Eva Cosculluela decidió escribir un diario para WMagazín sobre cómo es cerrar una librería, cómo es dejar las cuentas saldadas, qué siente un librero al ver morir un sueño. A mí me impresionaron muchas cosas, pero me dolió leer lo siguiente apenas anunció el cierre de la librería: “Las ventas siguen a muy buen ritmo, nunca hubiéramos imaginado que íbamos a acabar vendiendo tanto”, dice. El vuelo de los buitres, diría yo. Si ese ritmo en las ventas hubiera sido constante, la gente no tendría que darse golpes de pecho cuando cierran una librería, al contrario, podría pasar lo que justamente ocurrió también esta semana en Nueva York, cuando la librería Westsider Rare Books & Used Books anunció que cerraría y alguien emprendió una campaña de crowdfunding para que eso no ocurriera. El cometido, por fortuna, se logró.

Insisto, las librerías no viven del aire, de los buenos deseos, viven de los lectores que, sin lugar a dudas, deben cobijarlas con una parte considerable de amor, pero también de compañía, de compra para alimentar el corazón del librero

Diego Aristizábal

Si quiere más información:

.