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Invocar la lluvia

Somos los causantes de nuestra propia destrucción y me temo que necesitamos medidas más contundentes y útiles que hacerle ofrendas a la lluvia o vandalizar la Mona Lisa.

04 de febrero de 2024
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  • Invocar la lluvia
  • Invocar la lluvia

Por Sara Jaramillo Klinkert- @sarimillo

Una vez vi a una familia de micos tan sedienta como para atreverse a bajar del árbol y caminar hasta la cabaña a pedirnos agua. Era el año 2014 y enfrentábamos otro Fenómeno del Niño. Yo estaba en el Tayrona en un retiro de yoga. Llevaba meses sin llover y los árboles habían perdido todas sus hojas. El agua de los botellones era sólo para beber, de resto, usábamos agua salada para todo: desde lavarnos el pelo hasta lavar los platos y la ropa. El calor era apremiante, no había sombra en ninguna parte. Llenamos una ponchera con agua y los micos se la tomaron toda. El cielo estaba lleno de gallinazos y era fácil adivinar por qué. Aquella noche invocamos la lluvia: meditamos, hicimos ofrendas y rituales que no funcionaron. Los micos siguieron yendo a calmar la sed cada mañana. Unos días después cayó un aguacero. Recuerdo la euforia con la que salimos a mojarnos con la lluvia. Haciendo alarde de nuestra faceta más primitiva gritábamos y saltábamos, parecía que nunca antes hubiéramos visto llover. Regresamos con una conciencia impresionante acerca de cómo los fenómenos naturales, tan ajenos a nuestro control, podían afectarnos tanto. Nos creemos invencibles, dueños absolutos del mundo, pero bastaría una sequía prolongada para borrarnos a todos de un zarpazo. No somos más que el decorado de un planeta que, con nosotros o sin nosotros, seguirá girando indiferente. Lo único que pasará el día en que nos extingamos es que la tierra va a reverdecer, a recuperarse del daño que le hemos infligido. Somos los causantes de nuestra propia destrucción y me temo que necesitamos medidas más contundentes y útiles que hacerle ofrendas a la lluvia o vandalizar la Mona Lisa.

Recordé el episodio de los micos porque el país nuevamente está ardiendo y nosotros celebrando cualquier aguacero y haciendo promesas de cambio que seguro olvidaremos cuando el fenómeno ceda. Sabemos que un futuro cercano obligatoriamente tendremos que cambiar nuestro estilo de vida, bien sea de forma voluntaria u obligados por algún fenómeno o pandemia. ¿Si la necesidad de cambio va a ser inminente no es mejor empezar desde ya? Por si alguien no se ha dado cuenta los árboles no crecen de un día para otro. Lo increíble es que conociendo lo que nos corre pierna arriba no estemos actuando ya de forma colectiva. Nos quejamos del calor sin preguntarnos jamás por qué vemos menos insectos, menos caudal en las quebradas, menos peces, menos nevados, menos pájaros. Basta que el clima aumente unos grados más para perder el 78% de las especies de aves del país, advirtió hace poco el Instituto Humboldt. Y todos tan pasivos viendo los incendios por televisión y comentando el calor en las redes sociales mientras almorzamos un domicilio que viene envuelto en mil capas de plástico.

Los que vivimos en esta era vamos a ser recordados en el futuro (si hay futuro) como los que conquistamos el espacio, inventamos internet, alargamos el tiempo de vida humana, revolucionamos la movilidad, las comunicaciones y mil cosas más. Pero también vamos a ser recordados como los que, sabiendo los efectos del calentamiento global, no hicimos nada para evitarlo. Tal vez ninguno de nosotros viva lo suficiente para pasarla realmente mal, pero de algo estoy segura: las generaciones futuras jamás van a perdonarnos.

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