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Por Juan Jesús Aznárez
El ganador de las elecciones de Bolivia, el economista Luis Arce, es hijo de la clase media, un término elusivo en el análisis de su estructura y comportamiento político en América Latina, bien sea como factor de estabilidad, involución o arbitraje electoral. En el país andino parece validar la potencialidad revolucionaria atribuida por Samuel Huntington a las clases medias de las naciones subdesarrolladas: la capacidad de causar alteraciones políticas durante su transición hacia la modernidad y la consolidación del estatus. El dinamismo y expectativas de ese heterogéneo sector, benevolente con las pulsiones totalitarias de Evo Morales, y agrandado por los pobres que dejaron de serlo gracias al asistencialismo y transformaciones socioeconómicas de su capitalismo de Estado, determinaron la victoria del Movimiento al Socialismo (MAS).
Los electores que tenían poco o nada –mayoría en un país con más del 40 % de su población, indígena–, recibieron derechos y seguridad social y votaron al sustituto del expresidente, perdonando el abuso del poder y de las instituciones a cambio de ciudadanía y ayudas. El descifrado de la precaria clase media boliviana, sus desplazamientos hacia la derecha o la izquierda, es averiguación de amplio espectro porque la perfilan elementos coloniales y raciales, la Revolución de 1950, el sufragio universal, la reforma agraria y la estatalización minera de Víctor Paz y Hernán Siles; también, las epidemias de hiperinflación, cuartelazos, regímenes castrenses, y los ajustes, privatizaciones y el reordenamiento del gasto público del Consenso de Washington.
Su protagonismo político son el resultado de la historia, la escolarización, el trabajo y los ingresos. Luis Arce ganó porque es tributario del aumento de la renta per cápita entre 2006 y 2015 con la exportación de materias primas encarecidas. La inversión pública de ese periodo se septuplicó y la catarata de subsidios y programas sociales se tradujo en agradecimiento, votos y clientelismo. El triunfo de exministro de Morales es obra del electorado popular e indígena, incluida la burguesía chola y la inmigración rural en las ciudades: un grupo social subdividido en ramales, demandas y conceptualizaciones diferentes: doctrinarias, étnicas y, fundamentalmente, económicas.
La rotundidad de la Cepal sobre una nueva estratificación social en Bolivia, concluyendo que el 30 % de sus nacionales pasó de pobre a clase media con las políticas redistributivas de los últimos catorce años, es discutible porque si bien las transferencias monetarias mejoraron la vida de los bolsones indigentes, su vulnerabilidad frente a la pandemia y la recesión, la reversibilidad de su bienestar, desaconsejan categorizarlos en ese estrato. El presidente deberá seguir tutelándolos sin dinamitar la división de poderes, dirimiendo con sabiduría el transcendente enconamiento entre la derecha criollo-mestiza de Santa Cruz y el indigenismo dogmático.