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Columnistas | PUBLICADO EL 29 octubre 2020

Hasta que amemos la vida o hasta que nos la arrebaten

Por María José García Prada
mariaj.garcia@sanjosevegas.edu.co

Cada día es una pesadilla más en la dictadura de la muerte. Nombres en lápidas, sin alma y sin rostro, se conjugan en cifras que no hieren... no llega la indignación en un país indolente. Tal parece que las masacres en Colombia se han vuelto paisaje, noticia del periódico de ayer. Para el 2020, van 67 masacres en el país de acuerdo con el Indepaz, así que ha llegado el momento de preguntarnos: ¿puede ser que hayamos perdido el valor que le dábamos a la vida; o al contrario, que tanto dolor nos quite la esperanza?

Lamentablemente, vivimos en un país donde las diferencias se resuelven a la fuerza, y el discurso de la paz se esconde tras eufemismos de guerra; pero, ¿qué es una paz vacía y sin alma?, ¿para qué hablar de diferencia si vivimos en la indiferencia? Es fundamental aclarar que la vida no debe ser polarizada, el dolor no entiende de partidos políticos, las heridas provocadas son una cuestión meramente humana. Cada vez que un colombiano es asesinado, es a cada uno de nosotros a quien torturan de las formas más inhumanas. ¿Cuándo vamos a darnos cuenta que nos están matando?

Y es que somos expertos en invisibilizar la problemática: porque nos la esconden, o porque no la queremos ver. Si nos quedamos callados, nos matan; si hablamos, también. Quieren cosernos la boca con amenazas, pero el bozal nos queda grande y nos hemos cansado de tragarnos los muertos. Valorar la vida debe ser un imperativo, una necesidad común a todo ser humano, mientras luchar por la dignidad nos conduzca a una vida que merezca ser vivida.

“Hasta que amemos la vida” dice la canción de César López en un llamado a tomar conciencia y movilizarse hacia la sensibilidad, la empatía y la exigencia del cumplimiento de los derechos humanos. Hasta que Colombia no sea una nación pacífica donde podamos despertar con sueños y dignidad, seguiremos desangrando nuestro país al punto en el que el rojo complete la bandera, y no haya más que la sangre de la derrota recorriendo nuestras calles.

Que cada día y cada cifra sean una oportunidad para construir, y llenos de esperanza, seguir preguntándonos, como lo hizo Gonzalo Arango: “¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?” (Arango, 1958).

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