Síguenos en:
x
Columnistas | PUBLICADO EL 30 octubre 2022

Fiesta de disfraces

Sobra decir que jamás me he disfrazado, ni de niña ni de vieja, y que si alguien quiere verme aburrida, bien pueda invíteme a una fiesta de disfraces.

Por Elbacé Restrepo - elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Estos días de brujas, dinosaurios, hadas, piratas, tigres y superhéroes pidiendo dulces por las calles y en los centros comerciales, avivan el rayón mental que tengo frente a los disfraces. Me aterran. Pero no crean que poquito. Me aterran entre signos de exclamación, mayúscula sostenida, arial 72, negrita y subrayado.

La causa no la sé, no me he hecho psicoanálisis al respecto. Solo sé que hace mil años, siendo muy niña, hice pataleta y lloré mares porque mi mamá llevaba puestas unas gafas de sol durante un paseo. No lo soportaba. Me parecía que no era ella y no poder ver sus ojos fue un evento catastrófico que me dejó secuelas de por vida: aunque he tenido uno que otro par, siento que me escondo detrás de ellas y no me gusta encubrirme. Sobra decir que jamás me he disfrazado, ni de niña ni de vieja, y que si alguien quiere verme aburrida, bien pueda invíteme a una fiesta de disfraces. Obviamente no voy.

Antes de que salgan los psiquiatras, psicólogos y expertos en crianza positiva a darme cátedra, déjenme contarles que mi problema con los disfraces no fue trasladado a mis hijos, que disfrutaron los suyos con alegría y tranquilidad.

No tengo absolutamente nada en contra de quienes se disfrazan por diversión. En cambio sí tengo una fobia social enorme contra quienes, sin necesidad de vestirse de una manera especial, viven disfrazados de una cosa para hacer otra totalmente diferente. Esos se camuflan. Se enmascaran. Se ocultan. Y su propósito no es precisamente superior ni un divertimento, sino todo lo contrario: se disfrazan para hacer daño, no importa lo que haya que hacer ni en detrimento de quién.

Los que se disfrazan de papás, padrastros, tíos, profesores, sacerdotes o familiares para abusar psicológica, física y sexualmente de niños indefensos, algunos hasta matarlos.

Los que se disfrazan de defensores de los derechos del pueblo, pero en realidad son bandas criminales compuestas por narcos y asesinos a sueldo.

Los que se disfrazan de policías y militares pero juegan para el bando contrario y han agotado la credibilidad de su gestión.

Los que se disfrazan de ejecutivos de alto nivel y resultan ser ladrones de uñas largas.

Los que se disfrazan de servidores públicos, sea de presidente, gobernador, alcalde, representante, senador o secretario de despacho, que usan su cargo como trampolín para llegar directo y sin escalas a saciar su hambre de poder y lucro, en deterioro de la ciudadanía que paga sus salarios. Algunos son más atrevidos: días después de ser elegidos o nombrados se quitan la máscara y, sin muestras de vergüenza, se pasan las leyes por la faja y se nos ríen en la cara.

Ahora que lo pienso, los disfraces que no me gustan son inofensivos. Los verdaderamente maléficos y peligrosos son estos y mil más que no nombré. ¡Qué nervios!

P. d. Motivo vacaciones, esta columna dejará de aparecer unas semanas. ¡Hasta entonces!

Elbacé Restrepo

Si quiere más información:

Continúa Leyendo
.