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Columnistas | PUBLICADO EL 24 agosto 2022

Fervor o rigor

Para lograr la tal transición energética habría que cambiar la totalidad del parque automotor por uno eléctrico, también todas las estufas y calentadores de agua residenciales.

Por David Yanovich
redaccion@elcolombiano.com.co

Es difícil ser optimista por estos días. Hay mucha incertidumbre en el ambiente, y los recientes anuncios del gobierno en materia energética son un baldado de agua fría a la tenue luz de esperanza que algunos mantienen aún sobre el gobierno de Petro.

Colombia no es un país típico ni en energía ni en emisiones. El 70 % de la energía eléctrica se produce con agua en años normales, pero cada cierto tiempo ocurren sequías por las que esta cifra baja al 50 %. El resto se cubre con generación térmica (gas y carbón). Las emisiones provienen sobre todo del uso del suelo (agricultura, silvicultura, etc.), y solamente el 30 % proviene del uso de energía, donde el transporte es de lejos el mayor emisor de GEI, mientras que en el resto del planeta esta cifra es del 73 %.

Para poder cumplir con el objetivo de reducción de emisiones en Colombia es imperativo, por un lado, reforestar, y, por el otro, intervenir el consumo, porque cambiando las fuentes de energía no se logra, en lo más mínimo, la reducción de emisiones que tanto busca el gobierno. Lo que sí se logra es poner en riesgo el suministro del país (en especial en épocas de sequía), impedir que muchas generaciones no aprovechen una riqueza que el país tiene y poner en jaque las finanzas públicas de la Nación. Además de los potenciales riesgos que se pueden materializar si Colombia confía en el suministro de un país tan poco confiable como Venezuela.

Intervenir el consumo de manera sostenible, sin embargo, es inviable. El gas natural se usa ante todo para la cocción y el calentamiento de agua a nivel residencial. El petróleo se utiliza principalmente para el transporte. Para lograr la tal transición energética habría que cambiar la totalidad del parque automotor en el país por uno eléctrico, también todas las estufas y calentadores de agua residenciales, sin contar con una inversión de más de 20 billones de dólares para que la matriz eléctrica funcione al 100 % con fuentes renovables.

No solamente no existe recurso económico que permita la inversión requerida (estimada en más de $8,5 billones solamente para cambiar calentadores y estufas en Bogotá), sino que el costo por kWh de gas es hoy en día alrededor del 60 % del costo de la energía a nivel residencial. Usar gas para cocinar y calentar agua es infinitamente más económico que usar electricidad. Y esto sin siquiera calcular cuánto cuesta cambiar los carros por eléctricos, además de las estaciones de carga.

Si es imposible que Colombia deje de usar hidrocarburos durante los próximos 40 o 50 años, y si el problema de las emisiones están en el consumo y no en la fuente, ¿por qué la necedad de parar la exploración y la produccíón nacional? Las únicas explicaciones son: i) desconocimiento de cómo funciona la industria energética en el país; ii) el dogma.

Últimamente, la ministra de Minas ha dado algunas señales de estar dispuesta a conocer y entender mejor la situación. Esto es muy importante para tratar de que el fervor y la pasión no triunfen sobre el análisis y el rigor 

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