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¿Se puede cultivar la felicidad? El consenso de los científicos que se han dedicado a estudiarla dice que sí. Que se puede. Afirman que la felicidad se trata más de hábitos y rutinas, que de un estado permanente. Es al psicólogo social Daniel Gilbert a quien le atribuyen la expresión “felicidad sintética” justamente por encontrar una manera de referirse a aquello que podemos hacer para aumentar nuestra sensación de bienestar, independientemente de las circunstancias por las que atravesemos. La fórmula de Gilbert es también recogida por el doctor Andrew Huberman, un neurocientífico que hace un trabajo maravilloso de divulgación en su podcast The Huberman Lab.
La receta empieza con baños de sol y luz natural, ojalá, en la primera hora después de despertarnos y durante el atardecer. Este truco sencillo es la señal primitiva que nuestros ojos y cerebro necesitan para regular el ciclo del sueño. Para activarnos y sentir somnolencia cuando termina la jornada. Dormir bien, al menos el 80 % de nuestras noches, dice Huberman, es una de las claves para sentirnos animados.
Del estudio más largo en el tiempo que han hecho sobre la felicidad, The Harvard Happiness Project, realizado en 1938, se sacó una de las conclusiones más difundidas: la importancia de las conexiones sociales. Las relaciones cercanas, más que el dinero o la fama, son las que mantienen felices a las personas a lo largo de los años. Esos lazos nos protegen de los golpes de la vida, ayudan a retrasar el deterioro mental y físico y son mejores predictores de existencias largas y felices que la posición social, el coeficiente intelectual o los genes.
A la receta, la completan otras acciones como hacer ejercicio, alimentarse bien, meditar o agradecer. Los fumadores se deprimen más y quienes beben alcohol (más de dos copas por semana), disminuyen puntos de satisfacción. Mejorar el ambiente en el que pasamos el tiempo, rodeándolo de objetos que nos gusten o escuchar ciertos tipos de música han sido incluidos dentro de la lista.
Y la ya célebre frase de Facundo Cabral “no estás deprimido, sino distraído”, ahora tiene su asidero científico. En un trabajo publicado por el Centro de Investigación Science, (A Wandering Mind Is An Unhappy Mind, 2010), encontraron que no somos más felices cuando pensamos en cosas placenteras que cuando estamos concentrados exactamente en lo que hacemos. Es decir, enfocarse en la acción presente es más efectivo para sentirnos mejor, que divagar por el pasado o el futuro. Aunque siempre se ha creído que los estados de ánimo negativos son los que conducen a una mente rumiante, lo que mostró este estudio con 2.250 participantes entre los 18 y 88 años, es lo contrario: es la mente que divaga la que nos conduce a estados emocionales más dañinos.
Ahora que el año cierra y se abre el apetito por llenar las casas de ritos y regalos, tal vez tenga sentido trabajar por la “felicidad sintética”, una que no depende de las causas externas que a veces la vida nos regala, pero que tantas veces nos quita