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Por Federico Hoyos Salazar - contacto@federicohoyos.com
La división entre izquierda y derecha es una simplificación inútil. Las convicciones políticas de las personas son más complejas que esas etiquetas. Sin embargo, muchos —quizá más hoy que antes— se sienten identificados con uno de estos dos lados. A uno de ellos quiero dirigirme: la izquierda democrática.
Agrego el apellido “democrática” porque cada vez es más evidente la existencia de otra izquierda: autoritaria, populista y violenta. De esa no hay mucho que decir, pues su dogmatismo e intolerancia la hacen incapaz de dialogar o construir acuerdos; solo busca imponer su pensamiento y destruir lo que se oponga a él.
A pocos meses de elegir un nuevo Congreso y al próximo presidente, quisiera pedirle a esa izquierda democrática que no ceda ante las voces extremistas que buscan destruir los cimientos institucionales del país con fines de protagonismo. Promesas como convocar una asamblea constituyente o “cerrar el Congreso” pueden seducir a una parte del electorado, pero son irresponsables e incumplibles.
Olvidan esas voces populistas que el mayor consenso político de nuestra historia, la Constitución de 1991, fue fruto del trabajo conjunto de fuerzas distintas: el M-19 liderado por Antonio Navarro Wolff, el Partido Liberal representado por Horacio Serpa y el Movimiento de Salvación Nacional de Álvaro Gómez Hurtado. Tres visiones diferentes —incluida una izquierda recién desmovilizada— se sentaron a la misma mesa y forjaron la Carta que aún nos rige. De ese pacto nacieron instituciones sólidas que han sido puestas a prueba y que, pese a todo, han resistido.
A quienes se identifican con las ideas democráticas de izquierda quiero decirles que es posible encontrar puntos de acuerdo en la diferencia. No caigamos en falsas dicotomías —empresa contra Estado, ricos contra pobres, minorías contra mayorías— ni en las trampas divisivas de las que sólo se nutren unos pocos oportunistas que piensan en su elección y no en el futuro del país.
Como propone Andrés Mejía Vergnaud en La ruta del pragmatismo, abordar los retos de Colombia con sensatez y espíritu práctico es más eficaz que dinamitar las instituciones para que unos pocos ganen poder a costa de todos.
La historia demuestra que el progreso colombiano ha sido fruto de los acuerdos, no de las rupturas. Ese sigue siendo el camino.