Pico y Placa Medellín
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Medellín es un laboratorio no solo por su tecnología, sino por su gente: por la capacidad de arriesgar, corregir, reinventar y seguir construyendo.
Por Esteban Velasco - opinion@elcolombiano.com.co
El área metropolitana de Medellín concentra el 7% de la población colombiana. Así mismo, aporta el 10% de las empresas formales del país, el 11% del producto interno bruto (PIB) nacional y, según Merco, el 37% de las 50 empresas con mayor reputación en Colombia están en nuestra región. Y así podemos seguir con varias cifras que demuestran cómo la ciudad logra altos niveles de eficiencia e impacto en contraste con su tamaño. Medellín siempre ha rendido más de lo que indican sus dimensiones; tiene una especie de “superávit” de capacidad productiva, creativa y empresarial que llama la atención dentro y fuera del país.
En otras latitudes, en el ámbito empresarial, muchos piensan que Medellín está migrando su estructura industrial y de servicios tradicional hacia una más creativa, con claros casos de éxito que asoman en las industrias de contenido, entretenimiento, turismo, cafés de autor, gastronomía especializada y experiencias culturales. Esto puede ser cierto. Al menos es la lectura que otros ven en el corto plazo, especialmente quienes observan la ciudad desde fuera y notan un nuevo aire que combina tradición industrial con cultura creativa.
¿Y qué estamos viendo quienes vivimos y sentimos esa vibración empresarial desde las startups?
Estamos viendo que Medellín apenas se está escribiendo. Como cualquier empresa emergente: Medellín está en modo exploración. Ante el éxito repite. Ante el error aprende rápido y pivotea. Y esa tolerancia al error es uno de los activos más estratégicos que tenemos para consolidar un ecosistema innovador. En esta ciudad, el ensayo y error no es moda; es cultura de décadas atrás, una práctica arraigada que se ve en talleres, comercios, coworkings y demás. Literal, nos estamos convirtiendo en un laboratorio de creación empresarial.
Algunos se preguntarán cuáles son los siguientes unicornios que llenarán las portadas en los próximos años. Algunos saldrán, pero no porque ese sea el objetivo sexy a perseguir, sino porque las startups paisas suelen nacer para resolver problemas reales, no para seguir modas tecnológicas. Rara vez vemos empresas que se montan en un hype pasajero. Lo que abunda son fundadores obsesionados con dolores concretos: problemas de barrio, de Pyme, de vida real. Nuestras startups se están creando para “movilizar” con propósito, y no para vender las acciones de sus inversionistas en billones de dólares. Ahora bien, si se moviliza una industria resolviendo un problema real, se logran clientes de valor. Y si esos clientes se consolidan, a la empresa, a sus colaboradores y a sus accionistas les va a ir muy bien.
Hoy, múltiples industrias están movilizando startups. Si pudiera elegir tres, serían estas: i) crédito digital para pequeñas empresas y negocios; ii) soluciones de data y optimización energética; y iii) educación adaptada a oficios como turismo, contenido y entretenimiento.
Medellín es un laboratorio no solo por su tecnología, sino por su gente: por la capacidad de arriesgar, corregir, reinventar y seguir construyendo. Si entendemos esa ventaja cultural y la potenciamos, no solo tendremos más startups: tendremos una ciudad que crece con sentido y propósito.