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De entrada me declaro culpable. Tengo prendas de poliéster. Atesoro el denim en todas sus formas. Tengo más ropa de la que alguna vez llegaré a ponerme. Sigo comprando más. Me cansaré de ella en menos de seis meses. No como carne roja, pero me encanta el pescado. Nunca he ido al desierto de Atacama y no tengo planes de hacerlo. Se preguntarán qué tiene que ver el poliéster con el desierto, el desierto con los peces y los peces conmigo. Todo. Absolutamente todo. Y no solo conmigo, con ustedes también. Apuesto a que no se han enterado de que estamos comiendo ropa.
En estos días oí un podcast de Natgeo en donde varios consultores de moda sostenible explicaron que desde la lavadora se liberan cientos de micropartículas que van a dar al mar y son ingeridas por los peces que comeremos después. Dirán que el mar es muy grande y las partículas muy micro, pero no subestimen a más de siete mil millones de personas lavando ropa, al menos, una vez por semana. Debo haberme comido ya el equivalente a una camisa entera. La ley de karma.
Las montañas de ropa abandonada en el desierto de Atacama las vi en un documental de la BBC. Es una imagen pertubadora para cualquier consumidor de pronto moda, como yo. Esas 40.000 toneladas de prendas que se desechan cada año en el desierto son culpa mía también. Hacen parte de la dinámica en la que nos ha sumido la industria con la promesa de ayudarnos a cambiar el ropero constantemente para estar a la moda sin pagar demasiado dinero. El problema es que lo que no se vende en seis meses hay que botarlo. También serán culpa mía entonces los más de 200 años que se demorarán dichas prendas en desintegrarse.
Saber que la producción de un solo jean requiere 7.500 litros de agua me hizo ponerme a contar cuántos tengo. No revelo la cifra porque me da pena. Pero me da más pena admitir que me suelo poner los mismos tres jeans de siempre. 7.500 litros es el agua que se toma una sola persona en siete años. Parece que también soy culpable de la sed de mucha gente. Al igual que de la contaminación del planeta, pues el 25 % de los químicos producidos a nivel mundial se usan en la industria de la moda. Por cierto, el poliéster viene del petróleo, saquen ustedes sus propias conclusiones. No voy a hablar de las etiquetas, tirillas y bolsas plásticas que usa la industria en cuestión porque el chiste se cuenta solo.
Sé que tengo muchos hábitos por corregir, ya declaré mi culpabilidad. ¿Qué sigue? Intentar que ustedes hagan lo mismo. La industria de la moda es inmensa, pero, al final, el poder lo tenemos los consumidores. Sí, ustedes y yo. El asunto es que tenemos que actuar juntos para gestar un verdadero cambio. Ideas: apoyar al diseñador local que use recursos locales, comprar solo lo que necesitemos, darle oportunidad a la ropa de segunda, donar lo que no nos pongamos, reparar. En dos palabras: adquirir conciencia. ¿Quién se va a sumar?