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Hace unos días, paseando por una suculenta comarca española situada en el extremo meridional de la provincia de Granada, concretamente por su costa tropical, me sorprendió un grupo de niños, de no más de doce años, invitándome a comprar unas piedras que ellos mismos habían pintado. O en su defecto, les diera algunas monedas porque decían: “no tener dinero”. Realmente me costaba dar crédito a lo que estaba oyendo, fundamentalmente en un lugar privilegiado por su propia riqueza natural, que contradice a ese trabajo infantil estrechamente vinculado a la pobreza. Rápidamente me di cuenta que aquí la indigencia era otra, a estos chavales lo que les faltaba quizás fuese una familia estructurada, que se preocupase por ellos; y, sobre todo, una educación en valores. Si así no fuere, estos mozalbetes ante la negativa a comprarles algo, no hubiesen actuado con desprecio hacia mí, máxime cuando me había interesado por su trabajo artístico. Únicamente querían dinero. La mundanidad les ha robado hasta la inocencia. Ya no digamos el respeto generacional.
Días después, tras reflexionar sobre esta situación vivida, pienso que el derecho a la educación sigue siendo un concepto abstracto, alejado de la realidad de la vida cotidiana, inclusive en países que tienen sobre el papel un conjunto de acciones formativas diversas, obviando que la consideración por los otros es la primera condición, tanto para saber vivir como para acertar a convivir con los demás.
Ante este cúmulo de despropósitos, pensaba que es un acierto o un principio de buen tacto, que este año coincidiendo con el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil (12 de junio), se haga un llamamiento a favor de una educación de calidad, gratuita y obligatoria para todos los niños hasta por lo menos la edad mínima de admisión al empleo, emprendiendo acciones formativas integrales para llegar a aquellos críos que únicamente viven en el mundo de los derechos y sin ningún deber. Efectivamente, hay que decir ¡no al trabajo infantil!, pero también hay que decir ¡sí a una educación que nos forme como personas responsables! Por supuesto, no podemos omitir que cada día son más los menores de esta parte del mundo desarrollado, donde la educación básica está garantizada, que agreden, no solo a indigentes, también a sus propios progenitores.
Ante estas circunstancias lo peor es permanecer pasivos, cuando lo prioritario debería ser garantizar una red asistencial que dé una respuesta directa y adecuada a este fenómeno emergente.
Convencido, pues, que hoy muchos de los niños tienen más necesidad de respeto que de pan, y teniendo en cuenta que la deferencia a uno mismo es el primer eslabón educativo, creo que es hora de reflexionar más allá del sometimiento a los mercados, algo que es despreciable por principio. No olvidemos que sí es importante que la economía global active oportunidades y cree empleos para todos, también es fundamental forjar personas que sepan cohabitar, gobernarse a sí mismos, con estilos de vida saludables, preocupados por sus semejantes, puesto que la educación no es un mero asunto de aprendizaje, es también una tarea que consiste en obtener lo mejor de uno mismo, para poder compartir y comprender. Dicho lo cual, estimo importante incidir en la idea de que la forma de comportarse de un chaval siempre es aprendida. Por consiguiente, también se educa para que tengamos conciencia de lo que somos y de lo que aspiramos a ser, sobre todo para adquirir conciencia de la justicia. En este sentido, nos alegra que Alemania conmemore este año el veinticinco aniversario de la reunificación del país y Merkel haya querido agradecer la contribución de Estados Unidos, y que pese a las diferencias de opinión que naturalmente las habrá, subrayase esa alianza cooperante, cuando menos por un mundo más humano. Son estos referentes morales los que en verdad nos hacen respetarnos; sin embargo, cuando los que mandan pierden la vergüenza, también los que obedecen pierden la estima por el otro. Seamos coherentes.
La cooperación, junto con la coherencia, es el elemento clave para un progreso verdadero de la especie. Tan solo desde la universal acción recíproca, sin alardes ni comparaciones, se puede avanzar y subsistir. Tenemos que agilizar la colaboración en áreas de protección ambiental, en cuestiones educativas, en control de tráfico de drogas y en el comercio con vidas humanas. Desde luego, el cambio es inevitable ante un mundo globalizado que requiere un camino de unidad, que tal vez comience por estar dispuestos a escuchar más y a entender mejor. Tal vez necesitemos para ello, otro espíritu más libre, porque el pensamiento como la fe religiosa no se dirige únicamente al culto a una opción o a un dios, sino que educa a las personas en un sentimiento auténtico de igualdad y fraternidad.