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Cuando termine de leer esta columna, más de trescientas personas habrán muerto en el mundo.
La muerte, que se multiplica, nos es tan cotidiana como ajena. De ella sabemos poco. Tan poco que hace unas semanas se hizo célebre el registro que hicieron unos neurocientíficos de un paciente de ochenta y siete años que fue monitoreado mientras moría (Enhanced Interplay of Neuronal Coherence and Coupling in the Dying Human Brain).
Lo que más llamó la atención a los médicos, en los novecientos segundos en los que esta persona perdía la vida, fue que las ondas cerebrales gamma se incrementaron. Estas ondas son una de las cinco clases que tenemos, pero las gamma son cortas, veloces y se presentan cuando estamos concentrados, en estados de felicidad, espiritualidad, en la fase del sueño más profundo y en la recuperación de recuerdos. Los investigadores concluyeron que el paciente, probablemente, recordó eventos importantes de su vida durante sus últimos momentos, todo un progreso para responder la pregunta de si los humanos vemos nuestras vidas pasar mientras estamos en el lecho de muerte.
Esta misma idea ha sido recurrente en los testimonios de quienes han tenido experiencias cercanas a la muerte. Ellos coinciden en haber visto sus vidas pasar en rápidas escenas.
Asistir a su propio velorio, ir y volver, es también el relato de muchos de los que han experimentado con terapias psicodélicas asistidas por personal cualificado. El más conmovedor de estos estudios es el que han hecho las universidades de Nueva York y Johns Hopkins con las personas que se enfrentan a un diagnóstico de enfermedad terminal. Una de las involucradas dijo haberse visto volando sobre su propio funeral. “Lo siguiente que recuerdo es que estoy en el subsuelo de un magnífico bosque, el suelo es arcilloso y marrón, hay raíces a mi alrededor y veo crecer los árboles, soy parte de ellos. No me sentía ni triste ni alegre, solo natural, contenta y en paz. No había desaparecido, era parte de la tierra”. Seis meses más tarde, alrededor del 80 % continuaron mostrando disminución de la depresión y ansiedad, así como señalaron haber aumentado la sensación de bienestar y satisfacción con la vida (Pollan, M. Cómo cambiar tu mente).
Perder el miedo a la muerte fue para ellos un atajo para vivir mejor. Conocer la muerte más de cerca, asomarse a ella, podría ofrecernos una mejor manera de relacionarnos con la vida, con la poca o mucha que nos quede.
Mientras el contador de personas que fallecen avanza sin clemencia, las terapias psicodélicas parecen estar abriendo esa puerta para entrenarnos en la muerte y, al mismo tiempo, devolvernos a la vida con más ganas de vivir.
Para cuando llegue la noche, más de ochocientas personas habrán muerto en Colombia. Ninguna de ellas habrá tenido acceso a alguno de estos estudios o terapias que podrían haber reconfigurado su manera de comprender la muerte, porque, aquí, hasta estudiar las sustancias que producen estos efectos está prohibido