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Columnistas | PUBLICADO EL 06 agosto 2020

¿En quién creer?

Por Diego Aristizábaldesdeelcuarto@gmail.com

Yo pensé que los tiempos del colegio donde se bataneaba se iban con la madurez. Batanear, a diferencia del significado que le da la Real Academia de la Lengua, se usaba en el colegio para molestar o avivar la guachafita. Eran los tiempos donde el insulto, la algarabía eran sinónimo de la inmadurez propia de todos los imberbes que pasamos por la secundaria. Se pasaba bueno en ese entonces cuando se quería ser irreverente y todo daba risa en la gallada, hasta las cosas más estúpidas, o justamente eso, las más estúpidas eran las que más desordenaban la muchachada.

Pero me equivoqué tanto. Este país llamado Colombia es un colegio en descanso. Tenemos el compañero que toca la guitarra y se pide presentar en todos los eventos y, mientras le chiflan, se aficiona tanto a la televisión que ya no hay quien le quite su programa. Un mandatario debería ir más allá, dar la cara con acciones tan evidentes que no haya que hablar de ellas a diario. Los buenos dirigentes del mundo en esta crisis los he visto en intervenciones cortas, contundentes, eventuales. Pero en este colegio llamado Colombia, nos gusta hablar paja y que nos den la bendición.

También tenemos la gavilla de compañeros que se burla de alguien que se tropezó en algún pasillo o pronunció una desafortunada sarta de insultos, cuando eso pasa, la manada goza y ríe y solo falta silbar para acompañar el: “¡Angélica, apague el micrófono!” y “¡se jodió esta vaina!”. Cuando uno escucha eso de parte y parte, todos congresistas, uno pierde el sentido y el valor de muchas cosas.

Y si digo esto no es porque crea que un personaje público no se pueda equivocar, reír, no pueda mostrar su amargura o desazón, que en este colegio llamado Colombia es un pan que se muerde todos los días, sino porque yo, al menos, espero muchísimo de esas personas que ocupan cargos que, en un país democrático, son sagrados y trazan con acción y ejemplo el rumbo de una nación.

En estos días de desazón hice un ejercicio. Si mis sobrinos, que aún no están en edad de saber mucho de este circo, me preguntaran en qué político creer, a quién seguir, cuál merece para mí un mínimo de respeto, ¿qué les diría? He pensado en eso y mi silencio me aterra, no hay nadie de la muchachada que me represente, me inspire, me haga creer que Colombia es un país de políticos entrañables que merecen respeto, aquí todos parecen seguir sus intereses, como en aquellos tiempos cuando en el colegio se jugaba a legislar. Yo sí quisiera que mis sobrinos creyeran en alguien, ¿pero en quién, en quiénes?

Diego Aristizábal

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