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Columnistas | PUBLICADO EL 14 agosto 2022

En busca del tiempo pasado

Pero otra cosa es sentarnos alrededor de una mesa codo a codo, volver a mirarnos a los ojos y descubrir que el lazo sigue intacto, a pesar del paso de los años.

Por elbacé restrepo - elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Hay vida más allá de la reforma tributaria y de los temas espinosos del país. Y hay muchas maneras sencillas de recargarse de buena energía para soportar la aridez de algunos días grises y pesimistas.

Hablemos de acariciar un gato, de acostarse en una manga para ver las formas caprichosas de las nubes o para ver titilar las estrellas en el cielo por la noche. Pasar horas frente a un rompecabezas de cuatro mil fichas o mimar un perro, por ejemplo... Pero, si me ponen a escoger, nada como un encuentro, cara a cara, con quienes compartimos el camino alguna vez, no importa si fue hace cinco, veinte o treinta años.

Metidos de cabeza como estamos en el mundo de las redes sociales, nos conformamos con darle un like a cada foto que publican las personas que hemos conocido a lo largo de la vida. Sabemos los nombres de sus “peludos”; se nos hace agua la boca con los manjares que consumen, porque comida sin su foto en la red no existe; nos constan sus viajes; somos testigos de sus días felices y de su vida “perfecta”. Pero otra cosa es sentarnos alrededor de una mesa codo a codo, volver a mirarnos a los ojos, formar un despelote de preguntas y respuestas porque queremos saber hasta el más mínimo detalle del inventario personal de cada uno durante ese tiempo. Y descubrimos que el lazo sigue intacto, a pesar del paso de los años, cuando nos alegramos, nos sorprendemos y nos conmovemos con cada historia particular.

Es como emprender un viaje en reversa, en busca del tiempo pasado, hacia momentos que fueron dulces o amargos, alegres o tristes, amables o dolorosos, sin otro objetivo que revivir historias, anécdotas y situaciones relevantes que nos vincularon desde ese entonces y para siempre a esa manada.

Reencontrarnos, no para saber si estamos más gordos, canosos, arrugados o igualitos, sino para contarnos si los sueños de entonces fueron alcanzados, si cambiamos de ruta; si nos desencantamos, si estamos tranquilos o si está alta la marea. Para sentirnos cerca, para refrendar un sentimiento que nació de la convivencia cotidiana. Para enterarnos de que algunos de nuestros compañeros ya dejaron este mundo, honrar su memoria a punta de buenos recuerdos y sepultar con ellos las posibles discrepancias. Para agradecer, incluso, por el mosco que alguna vez le cayó a la leche (el tóxico, que llaman hoy) y nos dejó muy claro que no es en los cargos ni en los títulos donde están la grandeza y la sabiduría del ser humano, sino en su don de gentes, en su alma, en la capacidad de ver al otro como su semejante, no como su enemigo.

Reencontrarnos para volver a sentir que los amigos son una fuente inagotable de bienestar y alegría. Y que la vida no siempre es tan hostil. Que en ratos como estos también es bonita, muy bonita. Y muy feliz 

Elbacé Restrepo

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