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Columnistas | PUBLICADO EL 25 junio 2020

El youtuber del Alaska

Por óscar domínguezoscardominguezg@outlook.com

La resiliencia es el arte de ser inmortales mientras estamos vivos. De esa inmortalidad está hecho el Café Alaska, de Manrique, que en 82 años ha padecido varias muertes (cierres). En ese tiempo ha cambiado de sitio una vez, del primero al segundo piso. Sin ascensor.

El primer cierre duró 9 meses, lo que tarda un embarazo, comenta Gustavo Rojas, su administrador. El segundo sabático va por cuenta del C-19.

Hace el mejor tinto de Medellín (sostiene Rojas), lo sirve, trapea, barre, “alcapone” los discos, limpia mesas, cobra, pone las bolas de billar, paga servicios, contesta al teléfono, hace llamadas, surte el bar, mima pensionados, soporta a los vagos, es coach de borrachitos mal correspondidos, consiente malevos, hace campañas para que no cierren el icónico bar.

Si “todo el río está en la palabra Nilo”, Alaska soy yo, podría decir.

A pesar de los tropezones que “cualquiera da en la vida” Gustavo, de 59 abriles, no rebaja pinta. Volvió virtual el café Alaska que ahora transmite por Youtube. Búsquenlo en Facebook.

Con artistas de carne y hueso que respetan los protocolos, en la sede programa tocatas y bailes para disfrute de las leyendas del tango cuyos retratos cuelgan de las paredes, y de sus fans en la red.

En el Alaska, como en el barrio Manrique, todos los días es 11 de diciembre y 24 de junio, días del nacimiento y muerte de Gardel en el accidente en que dos aviones ingenuos se agredieron en tierra.

Para preservar del coronavirus al Zorzal en la fragilidad de sus 85 años, Gustavo le puso tapabocas a la estatua que está cerca del café. Le adicionó esta leyenda: “Carlos Gardel no es transmisor del C-19 pero es población vulnerable según decreto del 24 de junio de 1935”.

Los 85 coincidieron con la reciente partida de don Leo Nieto, fundador del Salón Versalles y de la Casa Gardeliana. Cuando vino a Medellín el primer tango lo escuchó en el Alaska. El viejo gaucho murió en olor de “tanguinidad”.

Gustavo activa el espejo retrovisor: “Uno nace con el tango, en el recorrido para ir a la escuela los bares dejan oír melodías, en casa mi mamá canta tangos y mi papá los pone en el tornamesa”.

Le pregunto el tango para qué. A través del arcaico correo electrónico filosofa: “El tango es toda una vida, una burbuja envolvente que toca todas las aristas en la vida de un hombre. ¡Es la vida misma!”

Le pido que mencione tres de sus tangos preferidos. “Decir tres sería una injusticia que no me perdonarían la vida, ni el tango, ni los tangueros, ni yo”.

Cuando se acabe la vaina, el pato bacano del Alaska, como me bautizó, espera volver a tomar el mejor tinto y pedir Nada y Malena como cualquier borrachito entusado. “Todavía soñamos”, suele repetir

Óscar Domínguez Giraldo

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