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¿La normalización de los rituales nacidos de la cultura del narcotráfico será nuestra sombra? La alborada es un evento. Los habitantes de este valle de lágrimas buscan la mejor vista para disfrutar de los fuegos artificiales.
Por Dany Alejandro Hoyos Sucerquia - @AlegandroHoyos
¡Tas, tas, tas! Cuenta la leyenda urbana que cuando Diego Murillo, alias “Don Berna”, salió de la cárcel repartió pólvora en Medellín para celebrar la llegada de diciembre y su libertad. Ese treinta de noviembre renació estrepitosamente la alborada. Digo renació porque antes se celebraba sin tanto bombo y participación popular. En los barrios amantes de la pólvora tiraban algunos voladores, pero hasta ahí. Con los años el recibimiento de diciembre se instaló en la agenda no oficial de muchos paisas.
¿Qué es la alborada? Si la cultura son las costumbres y representaciones del imaginario de las comunidades, la alborada es nuestra cultura. No en vano, Jorge Franco, la utiliza como contexto de su bella novela, El cielo a tiros. Gran título, porque así suena esa noche, como un gran traqueteo de bala entre las nubes de Medellín que con el paso de los minutos se convierte en una estela negra que cubre la ciudad. ¿La normalización de los rituales nacidos de la cultura del narcotráfico será nuestra sombra?
La alborada es un evento. Los habitantes de este valle de lágrimas buscan la mejor vista para disfrutar de los fuegos artificiales. Tráfico pesado, motos y carros a lado y lado de puentes y miradores; balcones, terrazas y ventanas abarrotadas de ojos expectantes para ver la celebración de la llegada del mes más emocionante de la cultura antioqueña, diciembre. Las voces explosivas de los locutores de las emisoras anuncian con entusiasmo la fiesta. Los extranjeros, que ahora pululan por Medellín, la ven con fascinación pues en el resto del mundo diciembre es un mes como el paso de Messi por el PSG, sin pena ni gloria.
La alborada es muerte. Este invento fascinante de los chinos —que causa tanta polémica y maravilla las miradas—, es también el terror de los pobres animalitos indefensos que, ante tal estruendo, paralizan sus corazones y mientras el bípedo humano da una bienvenida, ellos le dan la despedida a la vida. «¡Pero eso qué importa!», dirán algunos, «Solo cuatro quemados y unos cuantos animales no son razones de peso para ocultar el gozo del pueblo». Larga discusión.
Lo cierto es que este espectáculo, único en el mundo, de recibir diciembre con pólvora, ya es una tradición popular. Como el hueco fiscal del país, cada año crece más, y como la caída de la imagen de Quintero, no hay como pararla. No la ha detenido la lluvia, el dolor de los animales, la sanción social, los quemados, nada. Son más fuertes las ganas de ver el mundo arder que tiene una ciudad que disfruta su propio crepitar.
¿Qué es la alborada? Es cultura, es espectáculo de luces y colores, es muerte, desahogo de un pueblo, es fiesta, ruido, es un perrito asustado y pájaro sin canto; es asombro, celebración, es todo eso y más, porque eso somos. Disfrutarla es decisión, negarla es ceguera. La alborada es tal vez la representación estética del placer culposo que nos causa la fascinación por la desmesura. ¡Tas, tas, tas!