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En las elecciones próximas no escogeremos a ningún alcalde. Pero la jornada significará para nosotros los de Medellín la oportunidad definitiva de enderezar la historia o dejar que sigan torciéndola, macheteándola, intoxicándola y apropiándosela los asaltantes del poder, los privatizadores glotones de los recursos públicos, los cínicos, embusteros y fabricantes de un régimen de picardía y pornografía política del que no conozco antecedentes.
Mis papás, el obstetra, la Divina Providencia y el destino me hicieron aterrizar en Medellin hace más de siete decenios, sí, muy cerca del Parque Berrío y en un clínica entonces famosa, la Santa Isabel, que ya no existe como no existen tantos encantos y delicias y tantos caminos a la felicidad como los que nos gozábamos en casas, calles, vecindarios y tradiciones típicos de la preciosa y amañadora ciudad de entonces, que identificábamos con la Patria.
De entonces, cuando nos saludábamos, nos respetábamos o nos tolerábamos, fraternizados por el orgullo paisa, por el clima benigno, por las flores y las montañas y por la convicción colectiva de que Medellín ascendía y avanzaba en progreso integral y en calidad humana, gracias, además, a que se sucedían gobiernos respetuosos y respetables, si no todos excelentes, sin duda bien intencionados, muy conscientes del concepto y la finalidad ética del bien común y consagrados al servicio como norma áurea, no al beneficio particular e ilegítimo de las roscas de parientes y amigotes.
Y en todas las épocas de Medellín ha habido luces y sombras, trances terroríficos, momentos atroces, etc. Pero siempre nos hemos sobrepuesto y recobrado gracias a la bonhomía, la limpieza de propósitos, el ánimo dialogal, la sensatez, el culto a las tradiciones empresariales y gubernamentales justas, el altruísmo, repito, el altruismo, que han aproximado cada vez a la concordia y la civilidad y han salvado de la tragedia final.
Entre paréntesis, a los amigos politólogos les sugiero que agreguen a sus líneas de investigación y estudio la toxipolítica o toxicología política. Las referencias pueden comenzar a buscarlas en las realidades todavía frescas (tan frescas como han sido sus protagonistas) de las turbulentas formas recientes de ingobernanza de la ciudad. Podría configurarse un Manual del Desgobierno, lleno de mentiras, exageraciones, desatinos, pendencias, descaros, insultos y difamaciones, negaciones de la tradición en el sentido ejemplar, manipulación mediática, hambre de ajustar cuentas, fiebre divsionista y, en fin, ganas patológicas de dividir y enemistar. La política tóxica es una amenaza.
No serán unas elecciones locales, en rigor. Pero constituyen, para los que seguimos queriendo a Medellín, Antioquia y el país, así podamos sentirnos forasteros en el valle que nos arrebatan, constituyen, digo, un desafío formidable, el de hacer valer valores esenciales de lo que hemos conocido, comprobado y vivido como Patria, pese a la estrategia siniestra de politiqueros tóxicos, depredadores de las mejores costumbres, asaltantes del poder que se reparten como botín de piratas feroces .