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Columnistas | PUBLICADO EL 20 diciembre 2022

El repliegue

La política de vacunación que hacía uso únicamente de las vacunas chinas excluyendo a las occidentales vulneró severamente la capacidad de resistencia de la población.

Por Beatriz de Majo - beatrizdemajo@gmail.com

Un relajamiento de las draconianas medidas de la política COVID cero sostenida por Xi Jinping y la Ministra de Salud Su Chulan en China a lo largo de tres años iba a aparecer en algún momento del recorrido. En la sede del poder las autoridades tenían clara conciencia de que el chino de la calle cada día experimentaría un mayor rechazo hacia los encierros repetidos, hacia los PCR de carácter diario y hacia las cuarentenas hospitalarias. Muchos meses de molestias reiteradas terminarían minando el ánimo de los ciudadanos. Solo en este año 2022 más de 400 millones de chinos han sido sujetos de una forma u otra de confinamiento.

Por ello, al manifestarse la colérica reacción del público de las últimas semanas en numerosas ciudades de mediana y gran talla, sin tardar Pekín desempolvó la excusa perfecta para un estratégico golpe de timón. Xi Jinping en persona lo admitió cuando aseguró hace pocos días que: «la versión Omicron, bastante menos letal que la versión Delta, abrió la puerta a una manera más flexible de manejo de las restricciones sanitarias”.

Una estrategia tan rígida como COVID cero, diseñada no para combatir sino para contener la pandemia tenía su razón de ser en el hecho de que China estaba mal preparada en lo sanitario para hacer frente a sus efectos devastadores. Al igual que cualquier otro país del orbe, el coloso de Asia no contaba con una infraestructura hospitalaria capaz de hacerse cargo de un contagio de tal envergadura y velocidad. Solo que, de acuerdo a sus propios datos, no se asignaron recursos suficientes a la expansión de esta infraestructura toda vez que los fondos tácticamente fueron dedicados a impartir obligatorios tests masivos y a las cuarentenas.

Al propio tiempo, la política de vacunación que hacía uso únicamente de las vacunas chinas excluyendo a las occidentales vulneró severamente la capacidad de resistencia de la población y, sobre todo, de los mayores. La instauración de la estrategia de los confinamientos configuró la mayor represión organizada en la historia universal en el terreno de la restricción a la libertad de movimiento y de expresión de la ciudadanía. Un surco en el animo de la colectividad se fue horadando mientras el mundo se debatía escogiendo fórmulas para proteger a los individuos y, a la vez, retornarlos a una vida con un mínimo de restricciones. Así, el efecto aglutinador del hombre chino en medio de su desgracia se exponenció.

Se equivocan quienes piensan que el redimensionamiento en las medidas sanitarias trae consigo un cambio de rumbo en favor de los derechos individuales. Bien por el contrario, en este momento en el que clínicas y hospitales chinos están saturados y se estima que 60 % de la población sentirá el efecto del contagio, la represión oficial se está afianzando gracias a un sistema tentacular y minucioso de supervisión digital de la ciudadanía que no deja espacio alguno ni a la crítica ni al disenso. La localización geográfica oficial de disidentes pacíficos a través de smartphones, la búsqueda dirigida de aplicaciones celulares extranjeras prohibidas, la intervención de chats on line por parte de las fuerzas de seguridad es ya cosa de todos los días. Se ha vuelto imperativo para el gobierno mantener la rienda corta a la necesidad desatada de comunicación de los ciudadanos. En esto no hay vuelta atrás.

Beatriz de Majo

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