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El español en su riqueza desperdiciada nos regala palabras tan precisas que podríamos evitar la manía de acoger extranjerismos enredadores. Son vocablos que horman o amoldan con exactitud las definiciones de lo que pretendemos expresar. En el Consultorio del Idioma de Radio Bolivariana y en Hablemos bien, de Radio Cipa Estéreo, he respondido consultas de los oyentes sobre casos como los aludidos. Confirmé por fin una forma apropiadísima para denominar las famosas fake news o noticias falsas que importamos del inglés. Hablo de paparrucha, palabra polivalente que parece un sanalotodo lexical comparable al bálsamo quijotesco de fierabrás.
El Diccionario de la RAE dice que paparrucha es “noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo”. También, “tontería, estupidez, cosa insustancial y desatinada”. Incluso, “masa blanda, como la del barro”. En el llamado Diccionario Fácil de Internet, otra acepción es “tontería o bobada que alguien hace o dice”. Y se cita este ejemplo: “El presidente sorprendió a todos porque sólo dijo paparruchas”. No sé de qué presidente se trata. ¿Podría ser el señor Petro con su intervención del miércoles en la clásica Universidad de Stanford, como se infiere de las glosas de varios asistentes?
Hay material copiosísimo para ejemplificar casos de paparruchadas en el país en que vivimos. La lista es demasiado extensa. Paparruchas, como falsas noticias o fake news que se dice, o paparruchas como estupideces, desatinos, cosas insustanciales. La mina de exageraciones y metidas de pata de una famosa ministra. Los embustes y engaños de un parlamentario multicolor o de un alcalde disparatado y pendenciero. Las impertinencias de un canciller que se olvida del bando en que debería estar. La “masa blanda, como la del barro”, de las convicciones de centenares de personajes públicos. Y numerosos etcéteras.
Podría decirse que un buen sinónimo es cantinflada, como ese modo de hablar confuso, contradictorio, del inmenso humorista Mario Moreno en sus deliciosas películas. El lenguaje cantinflesco es otro de los factores de confusión de lenguas y crispación que abundan en la actualidad noticiosa.
Habitamos en el reino de las paparruchas, de las noticias falsas o falseadas, de las imprecisiones, los desatinos, las embarradas verbales o los discursos cantinflescos que entretienen e hipnotizan al “inepto vulgo” como también a no pocos conspicuos profesores, ensayistas, intelectuales, en fin, que descrestan auditorios y se descrestan con las paparruchas que les dicen en las cafeterías y repiten en los salones de clase, o que sintonizan cada mañana o en las emisiones nocturnas.
No sólo convendría el ejercicio de aplicar el criterio selectivo y un legítimo orgullo por la riqueza maravillosa de nuestro idioma para evitar anglicismos como fake news, sino, sobre todo, ser menos tontos y no creer en las estupideces, mentiras o desatinos que plagan el espectro de la insensatez, el engaño, la manipulación, la falsa erudición, la alucinación con el poder de las palabras emitidas como leyes o decretos inapelables desde las mal llamadas redes sociales. Pero seguimos en el reino de las paparruchas.