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Columnistas | PUBLICADO EL 09 mayo 2023

El mundo no es hoy más desigual

Las brechas entre sociedades solo empezaron a ampliarse cuando nos acercamos al siglo XIX y descubrimos el crecimiento económico moderno.

  • El mundo no es hoy más desigual
  • El mundo no es hoy más desigual
Por Javier Mejía Cubillos - mejia@stanford.edu

La opinión pública está llena de afirmaciones ampliamente aceptadas que son incorrectas. Una de ellas es que el mundo nunca había sido tan desigual como lo es hoy. Esto es falso y quisiera aquí describir por qué lo es.

Para empezar, una advertencia: la desigualdad es un fenómeno complejo con mil aristas, y uno puede perderse en un bosque de tecnicidades si no tiene una orientación apropiada. La recomendación que yo le doy a mis estudiantes para evitar este peligro es concentrarse en la desigualdad de ingresos (o riqueza), que es una idea con un significado concreto más o menos inalterado a lo largo de la historia de la humanidad. Con esto, uno puede reconocer que existen tres grandes formas de pensar el problema a nivel global.

La primera forma es pensar en la desigualdad entre países. Durante buena parte de la historia humana, la desigualdad entre “países” fue bastante pequeña. La persona promedio en la sociedad más próspera de la Antigüedad, que posiblemente fue la Grecia del siglo IV a. C., habría sido unas dos o tres veces más rica que la persona promedio en el mundo. Las brechas entre sociedades solo empezaron a ampliarse cuando nos acercamos al siglo XIX y descubrimos el crecimiento económico moderno. En ese momento, los hoy países ricos empezaron a crecer exponencialmente, mientras el resto del mundo se mantuvo estancado. Esto permitió que la población de un país de temprana industrialización, como Gran Bretaña, fuera decenas de veces más rica que la de un país promedio no industrializado, como Etiopía. Sin embargo, en las últimas cuatro generaciones, el mundo en desarrollo también descubrió la magia del crecimiento económico moderno, y eso ha contenido la divergencia de ingresos entre países. Mientras el ingreso promedio de alguien en Kuwait, el país más rico del mundo en 1950, era 13 veces el ingreso promedio del mundo. Hoy, el ingreso promedio en el país más rico del mundo, Qatar, es cerca de 10 veces el del mundo.

La segunda forma de pensar la desigualdad global es enfocarse en las brechas entre personas a lo largo del mundo. Es decir, ¿qué pasa si uno piensa en las personas sin importar el lugar en el que viven? Aquí la historia no es muy diferente. Hasta la llegada de la modernidad, todas las sociedades del mundo eran tan pobres que la inmensa mayoría de personas en el planeta tenían ingresos parecidos: aquellos que les permitían sobrevivir. Las brechas empezaron a ampliarse con el arribo del crecimiento económico moderno. En Occidente, la mayoría de las personas salieron de la pobreza extrema a finales del siglo XIX y comienzos del XX, dejando atrás a miles de millones, principalmente en Asia, quienes vivirían por varias generaciones más en condiciones materiales muy parecidas a las que sus ancestros tuvieron por siglos. Esto, no obstante, cambió con el despegue económico de China e India a finales del siglo XX. Con esto, millones de personas pasaron a ser clase media, reduciendo la brecha con los estándares de vida del mundo occidental.

Finalmente, la tercera forma de pensar la desigualdad en el mundo es analizar las brechas entre las personas al interior de cada país. Esta aproximación es la que mayor atención suele recibir de la opinión pública, aunque es poco informativa sobre la evolución global de la desigualdad, ya que, como uno esperaría, en cada país las brechas cambian de forma diferente. Habiendo dicho eso, en buena parte del mundo occidental, la desigualdad al interior de los países ha tendido a aumentar en los últimos 50 años, luego de haberse reducido sistemática y profundamente la mayoría del siglo XX. Así, por ejemplo, el 1% más rico de la población francesa llegó a recibir cerca del 23% de los ingresos de toda la economía hacia 1900. Hoy, aquellos más ricos solo capturan el 10% del ingreso, aunque a mediados de los 70s esta cifra era aún menor (algo menos del 7%)

Entonces, la historia de la desigualdad es una en la que, por siglos, la mayoría de las personas en el mundo tenían condiciones de vida similares, simplemente porque la pobreza de sus sociedades impedía la generación de excedentes suficientes para generar brechas significativas entre la gente. Las diferencias profundas en las condiciones de vida a las que estamos familiarizados nosotros hoy son producto de la modernidad, pero no son particularmente altas si se comparan con aquellas de los últimos 200 años. En otras palabras, nuestros padres, abuelos, y bisabuelos vivieron en mundos similares, y a veces, más desiguales que el nuestro.

Curiosamente, si uno agrega a esta discusión referentes de bienestar adicionales al ingreso, como la salud, la educación, o los privilegios políticos, lo que uno encuentra es una reducción aún más profunda y marcada de la desigualdad en los últimos 100 años. Esto es algo que ilustró ampliamente el gran experto en desigualdad, Thomas Piketty, en la conversación que tuvimos hace unos meses para mi podcast New Books in Economic and Business History, y que debería hacernos reflexionar respecto a nuestra capacidad para generar una sociedad más igualitaria. No es necesario describir el actual como el peor de los mundos para argumentar que es deseable y posible luchar por mejorarlo.

Javier Mejía Cubillos

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