Pico y Placa Medellín
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Porque la experiencia no termina en el escenario y los grandes eventos son una vitrina para Medellín y para quienes los organizan. Cada detalle cuenta: desde la logística de pagos hasta la claridad en los precios y la capacitación del personal.
Por Caty Rengifo Botero - JuntasSomosMasMed@gmail.com
El concierto de J Balvin fue, sin duda, un espectáculo inolvidable. La energía, la producción y los gestos del artista hicieron vibrar a Medellín, invitados de lujo, mensajes de trabajo en equipo y una producción impecable que dejo claro el tipo de producciones que hoy se llevan a cabo en Medellin. Sin embargo, entre tanta magia, hubo un detalle que me hizo regresar mentalmente a las playas de Cartagena, a esos momentos incómodos donde la sensación de ser “atracado a las buenas” se apodera del turista. A ese momento en donde un ceviche sale en medio millón de pesos, o unas sillas en cuatrocientos mil las tres horas.
Poco después de nuestra llegada al concierto, los meseros que estaban cerca a nosotros anunciaron que no había red para los datáfonos, lo que hacía imposible aplicar el descuento que se anunciaba en las pantallas para adquirir los productos con una entidad bancaria del país. Quizás una falla en el sistema, o una falta de previsión de los organizadores, pero lo cierto es que no se podían usar los datafonos y por ende el descuento no existía para nadie.
Hasta allí la situación era incomoda, pero como dicen por allí: “el vaso medio lleno y sigamos que es J Balvin”. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche y el alcohol corría, los precios – pese a que estaban siendo anunciados en las pantallas- comenzaron a subir sin explicación. Lo que costaba $300.000 terminó en $360.000, y cuando preguntabas, de donde venia el extra-costo, la respuesta era simple: “esa es la propina”. Una propina del 20% sobre el pago en efectivo, pues el descuento por pago en datafono con la entidad bancaria nunca se aplicó – en mi caso- por la falla en los datáfonos.
Lo que pasó en el concierto no se trata solo de dinero; se trata de imagen. Estos abusos empañan la experiencia y dañan la reputación de nuestra ciudad, que tanto se esfuerza por mostrarse como un destino responsable y confiable. Un concierto espectacular no debería dejar la sensación de haber sido víctima de prácticas poco éticas.
Porque la experiencia no termina en el escenario y los grandes eventos son una vitrina para Medellín y para quienes los organizan. Cada detalle cuenta: desde la logística de pagos hasta la claridad en los precios y la capacitación del personal. No basta con traer artistas de talla mundial; la experiencia completa debe ser coherente con la calidad que prometemos como ciudad. Porque cuando fallamos en lo básico, la música se apaga y lo que queda es la sensación amarga de que alguien se aprovechó del momento.