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Columnistas | PUBLICADO EL 03 julio 2022

El alma de las empresas

Quienes manejen las empresas no pueden atreverse jamás, so pena de la extinción o el boicot, a traicionar su alma.

Por David Escobar Arango* - david.escobar@comfama.com.co

Querido Gabriel,

¿Usted cree que las empresas tienen alma?, le pregunté al experto financiero. Mientras esperaba su respuesta pensé en el hombre de negocios de El Principito. Miró al cielo y respondió tajante: ¡Sí, las empresas tienen alma! Me sorprendió, si hasta un frío hombre de negocios piensa eso, es porque algo de verdad debe haber en esa idea. Te invito a tertuliar a partir de estas preguntas: ¿Qué significa y qué comprende esa alma, si las empresas son apenas ficciones de la mente humana? ¿Para qué servirá, si es que existe?

Tal parece que las organizaciones son sistemas vivos, como los corales, el cuerpo humano o el mismo planeta Tierra. La etimología de alma está asociada directamente con la vida, el viento que sopla en nuestro pecho, el espíritu que nos hace humanos. Si las empresas están vivas, si aquellas más ganadoras han desarrollado una estrategia, que es finalmente lo que hacen las especies exitosas, si de ellas emerge una personalidad que otros llaman cultura, muy seguramente en el fondo del corazón de sus empleados haya una chispa que podríamos denominar el alma empresarial.

Romper el alma de un ser vivo es un asesinato, es quitarle su esencia, su verdad, sus pasiones esenciales. Las verdaderas pasiones, “las preferencias más vivas”, como dice el diccionario, deben estar guardadas en un rincón del alma. Las empresas, en consecuencia, podrán cambiar de dueños, sus administradores rotarán debido a los azares de la vida y los negocios, o por el simple paso de los años, pero quienes las manejen no pueden atreverse jamás, so pena de la extinción o el boicot, a traicionar su alma.

El alma combinaría elementos éticos, estéticos y funcionales. Cuándo decir no, cuándo decir jamás; ciertas formas y un lenguaje, las buenas maneras, las palabras bellas y, por supuesto, las pasiones o propósitos, unas, más amplias y colectivas, como el ambiente, el arte, la paz, la democracia, y otras, más cercanas “al negocio”, pero igualmente importantes, como el servicio, la renovación continua, el deseo de cruzar cada mañana una nueva frontera. El alma de una gran empresa es su generador de energía, la fuente de la confianza dentro y más allá de sus fronteras.

El arte del líder transformador sería, así, el discernimiento. Solo una persona con un alma sabia puede manejar una organización con alma. Como en lo humano, no se trata de permanecer estáticos, sino de mutar sin matar, de elevarnos desde lo que somos hacia lo mejor que podemos ser. Habrá, entonces, que aproximarse al cambio con amor, con respeto por la historia y sus depositarios, los líderes del pasado.

Quizás con esta idea podemos provocar la tertulia, invocando el poder de los ancestros, de los líderes de antes, para que nos iluminen en tiempos complejos, para pedirles, como Ben Okri a su padre, a quien llama el León, en el último poema del libro Salvaje, que me conmovió hasta la médula: “Que pueda yo vivir / Más sabiamente cada día / Contagiado de tu mito, / sólido y plateado / Que me sintonice yo / con la magia del sol” 

David Escobar Arango

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